Empezó a notar que le faltaba la respiración cuando sus bocanadas en busca de aire se hicieron cada vez más veloces, casi jadeando con el corazón en la boca. Comenzaron a flaquearle las fuerzas y tuvo que pararse. Súbitamente la montaña desapareció y todo alrededor se hizo verde, menos el tronco robusto del árbol sobre el que se apoyó, resoplando.
Un ombú de raíces vigorosas que sobresalían del suelo. Nada más quedarse en cuclillas, sin llegar a estar sentado, con su espalda pegada al tronco macizo y ambas manos asentadas sobre las raíces, como si tuviera que guardar un equilibrio inverso apoyándose desde abajo, la vio.
Estaba a unos pocos metros, sobresalía de entre las piedras de la montaña por la que estaba subiendo, a la misma altura de sus ojos, y era tan hermosa como siempre había imaginado. Sintió que algo no iba bien, pero pensó que debía ser por estar exhausto, tal vez la fatiga impedía que sus ideas fueran nítidas, y por ello su mente no dudó un solo segundo de la realidad que vivía en ese momento, pese a que era imposible que aquella flor existiera junto a un árbol que sólo crece en climas suaves y cálidos; percibió la contradicción sin reparar en ella, asumiéndola en ese ambiente con naturalidad.
Quiso acercarse y de repente se notó ligero como si pudiera volar unos metros hasta alcanzar el lugar donde se encontraba. No tuvo conciencia de haber andado cuando ya estaba junto a ella y alzó su mano derecha para acariciarla en vano. Su intento de caricia quedó frustrado porque la flor se desplazó unos metros hacia arriba. No era posible, pero estaba sucediendo ante su propia mirada. Sólo cuando la tuvo en frente por segunda vez pudo contemplar que en verdad no era una sola flor de pétalos blancos, sino diminutas flores todas juntas de tonalidades doradas con infinitos matices. Elevó el brazo en su dirección y de nuevo la flor volvió a alejarse.
Todo lo demás había dejado de merecer su atención, absorto en la presencia real de edelweiss. Era mucho más que una flor, era tener ante sí la materialización de un ideal de belleza que siempre había imaginado inalcanzable. La recompensa final a su falta de conformismo con su realidad cotidiana. Era mucho más que una flor, sí. Al fin merecía la pena no haberse resignado a vivir los mismos sueños de los demás. Es cierto que para todos los demás resultaría extraño, pero es más cierto aún que nadie salvo uno mismo puede valorar la importancia de un sueño propio.
Y casi tuvo ese sueño entre las manos de no haber sido porque cada vez que se acercaba, la flor volvía a alejarse un poco más. No volvió a notar el cansancio de su cuerpo hasta llegar a la cima, cuando la flor de edelweiss se esfumó y ya fue consciente de que nunca la tendría. En ese momento sintió que se le venía encima todo el peso del mundo y cayó sobre sí mismo, extenuado y sin respiración. Despertó en ese preciso instante, algo turbado. No había sido más que un sueño.
Sin embargo, completamente despierto bastante antes de la hora a la que debía levantarse, sentado sobre la cama después de apagar la alarma del despertador para que ya no sonara, sonreía radiante. Satisfecho, se levantó de un salto y corrió silencioso a la cocina, a fin de comprobar en el almanaque que colgaba de la pared que efectivamente, tal y como había supuesto, acababa de entrar la luna llena. Desde siempre, una vez al mes, la primera noche de luna llena, tenía algún sueño revelador en algún aspecto de su vida. Es posible que su cuerpo físicamente no hubiera estado junto a edelweiss, tal vez no lo estara nunca, pero en algún lugar de su inconsciente había tenido una corporeidad real, aunque no fuera más que con la forma de un sueño que existía dentro de sí mismo, y esa idea le bastaba. Estaba convencido de la realidad soñada: soñaba, luego existía.