27 de noviembre de 2010

Montones de pequeños cascabeles






CAPÍTULO XXVI


Al lado del pozo había un viejo muro de piedra en ruinas. Cuando volví de mi trabajo al día siguiente por la tarde, vi de lejos a mi principito sentado allá arriba, con las piernas colgando. Y oí que hablaba:

- ¿Entonces no te acuerdas? – decía. – No es exactamente acá!

Indudablemente le respondió otra voz, ya que replicó:

- Sí! Sí! Efectivamente es el día, pero no es éste el lugar...

Continué caminando hacia el muro. Seguía sin ver ni oír a nadie. Sin embargo el principito replicó de nuevo:

- ... Desde luego. Verás dónde comienza mi huella en la arena. No tienes más que esperarme. Estaré allí esta noche.

Estaba a veinte metros del muro y seguía sin ver nada. El principito siguió diciendo, después de un silencio:

- ¿Tienes buen veneno? ¿Estás segura de no hacerme sufrir mucho tiempo?

Me detuve con el corazón en un puño, pero seguía sin comprender.

- Ahora vete... – dijo –, me quiero bajar!

Entonces yo también bajé la mirada hacia el pie del muro, y pegué un salto! Había allí, erguida hacia el principito, una de esas serpientes amarillas que lo ejecutan a uno en treinta segundos. Mientras hurgaba en el bolsillo para sacar mi revólver comencé a correr, pero con el ruido que hice la serpiente se dejó deslizar suavemente por la arena, como un chorro de agua que se extingue, y sin apurarse demasiado se escabulló entre las piedras con un leve sonido metálico.

Llegué al muro justo a tiempo para recibir en los brazos a mi pequeño príncipe, pálido como la nieve.

- Qué historia es ésta! Ahora hablas con las serpientes!

Le había aflojado su eterna bufanda dorada. Le había mojado las sienes y le había dado de beber. Y ahora no me atrevía a preguntarle más nada. Él me miró seriamente y me rodeó el cuello con sus brazos. Sentía latir su corazón como el de un ave que muere por un disparo de carabina. Me dijo:

- Me alegra que hayas encontrado lo que fallaba en tu máquina. Vas a poder regresar a tu casa...

- Cómo lo sabes ?!

Venía justamente a anunciarle que, contra toda esperanza, había logrado terminar mi trabajo! No respondió a mi pregunta pero agregó:

- Hoy yo también regreso a mi casa.

Luego, melancólico:

- Es mucho más lejos... es mucho más difícil...

Yo sentía que estaba sucediendo algo extraordinario. Lo apreté entre mis brazos como un niño, y sin embargo me parecía que se deslizaba verticalmente hacia un abismo sin que pudiera hacer nada para retenerlo... Tenía la mirada adusta, perdida muy lejos:

- Tengo tu cordero. Y tengo la caja para el cordero. Y tengo el bozal...

Y sonrió con melancolía.
Esperé largo rato. Sentía que se reanimaba poco a poco:

- Hombrecito, has tenido miedo...

Había tenido miedo, sin duda! Pero rió dulcemente:

- Tendré mucho más miedo esta noche...

Nuevamente me sentí helado por el sentimiento de lo irreparable. Y comprendí que no soportaba la idea de no oír nunca más esa risa, que era para mí como una fuente en el desierto.

- Hombrecito, quiero seguir escuchando tu risa...

Pero él me dijo:

- Esta noche se cumplirá un año. Mi estrella se encontrará justo encima del lugar donde caí el año pasado...

- Hombrecito, dime que esa historia de serpiente y de cita y de estrella es un mal sueño...

Pero no me respondió. Me dijo:

- Lo que es importante, no se puede ver...

- Desde luego...

- Es como con la flor. Si amas a una flor que está en una estrella, es placentero mirar el cielo por la noche. Todas las estrellas están floridas.

- Desde luego...

- Es como con el agua. La que me diste a beber era como una música, a causa de la polea y de la cuerda... recuerdas... era deliciosa.

- Desde luego...

- Por la noche mirarás las estrellas. La mía es demasiado pequeña para que te muestre dónde se encuentra. Es mejor así. Mi estrella será para ti una de tantas estrellas. Entonces, te gustará mirar a todas las estrellas. Todas serán tus amigas. Y además voy a hacerte un regalo...

Volvió a reír.

- Ah! hombrecito, hombrecito, me gusta escuchar esa risa !

- Justamente ése será mi regalo... será como con el agua...

- ¿Qué quieres decir?

- La gente tiene estrellas que no son las mismas. Para quienes viajan, las estrellas son guías. Para otros no son más que pequeñas luces. Para otros que son sabios, ellas son problemas. Para mi hombre de negocios significaban oro. Pero todas esas estrellas son mudas. Tú tendrás estrellas como no tiene nadie...

- Qué quieres decir ?

- Cuando mires el cielo por la noche, dado que yo estaré en una de ellas, dado que yo reiré en una de ellas, entonces será para ti como si rieran todas las estrellas. ¡Tú tendrás estrellas que saben reír !
Y volvió a reír.

- Y cuando te hayas consolado (siempre se encuentra consuelo) estarás contento de haberme conocido. Serás siempre mi amigo. Tendrás ganas de reír conmigo. Y abrirás de vez en cuando tu ventana, así, por placer... Y tus amigos se sorprenderán de verte reír al mirar el cielo. Entonces les dirás: "Sí, las estrellas siempre me hacen reír !" Y ellos te creerán loco. Te habré jugado una mala pasada...

Y volvió a reír.

- Será como si te hubiese dado, en vez de estrellas, montones de pequeños cascabeles que saben reír...

Y volvió a reír. Después volvió a ponerse serio:

- Esta noche... sabes... mejor no vengas.

- No te abandonaré.

- Podrá parecer que sufro... podrá parecer que me muero. Es eso. No lo vengas a ver, no vale la pena.

- No te abandonaré.

Pero se lo notaba preocupado.

- Te lo digo... es también por la serpiente, que no debe morderte... Las serpientes son malas, pueden morder por placer.

- No te abandonaré.

Pero algo lo tranquilizó:

- Es cierto que no tienen más veneno para la segunda picadura...

Aquella noche no lo vi marcharse. Se había escapado silenciosamente. Cuando logré alcanzarlo caminaba decidido, con paso rápido. Sólo me dijo:

- Ah!, estás aquí...

Y me tomó de la mano. Pero siguió mortificándose:

- Has hecho mal; vas a sufrir. Parecerá que me muero y no será cierto...

Yo no decía nada.

- Tú comprendes. Es demasiado lejos. No puedo llevarme este cuerpo, es demasiado pesado.

Yo no decía nada.

- Pero será como una vieja cáscara abandonada. No tienen nada de triste las cáscaras abandonadas...

Yo no decía nada.

Se desanimó un poco. Pero hizo aún un esfuerzo:

- Será simpático, sabes. Yo también miraré las estrellas. Todas las estrellas serán pozos con una polea oxidada. Todas las estrellas me darán de beber...

Yo no decía nada.

- Será tan divertido! Tú tendrás quinientos millones de cascabeles, yo tendré quinientos millones de fuentes...

Y se calló también, porque estaba llorando...

- Es ahí. Déjame que dé un paso yo solo.

Y se sentó porque tenía miedo.

Agregó:

- Tú sabes... mi flor... soy responsable de ella ! Y es tan débil ! Y es tan ingenua. Tiene cuatro espinas insignificantes para protegerse del mundo...

Yo me senté porque ya no podía mantenerme parado. Dijo:

- Bueno... es todo...

Vaciló todavía un poco, luego se levantó. Dio un paso. Yo no podía moverme.

No hubo más que un relámpago amarillo cerca de su tobillo. Permaneció un instante inmóvil. No gritó. Cayó suavemente como cae un árbol. Ni siquiera hizo ruido, a causa de la arena.

19 de septiembre de 2010

Gente Santa






Esta mañana nada más despertarme, todavía más dormido que despierto, me ha venido a la mente la imagen de Athos encerrándose en una cueva tras aprisionarse él solo, sin permitir la entrada de nadie salvo la de su criado, y me he vuelto a reír al recordar cómo el posadero relataba a D'Artagnan que era imposible echarlos, y que allí guardaba todas sus provisiones de vino y comida...

No sé...,seguramente me acosté con hambre, y me hubiera gustado despertar en esa cueva rodeado de toda clase de comida a mi disposición. O al contrario, quizá me he despertado saciado y feliz, y por eso he pensado en un Athos que festejaba su propio encierro mientras bebía más que en toda su vida. Si explicar lo que pensamos de forma consciente es complicado, el origen de lo que pasa por nuestra mente en esa frontera entre consciente e inconsciente es una tierra de nadie donde cualquier cosa puede pasar.

Volver a recordar los tres mosqueteros me ha hecho pensar en la dignidad y en la entrega de algunas personas. Desde siempre me ha chiflado la nobleza cotidiana de Athos, tan fiel a la idea de sí mismo, a veces tan distante pero siempre tan generoso.
Nunca terminé de creerme el tan manido discurso de que si no vives como piensas acabarás pensando como vives. Sobre todo porque la manera en que vives te va viniendo dada por las circunstancias, a veces sin ni siquiera buscarlas. Canta Ismael Serrano que la excusa más cobarde es culpar al destino. Pero ese destino nos convierte a casi todos en personas similares, con ideas comunes, muy alejadas de ese ideal literario.

Echo de menos conocer gente así, gente de frente a la que no le tiembla la voz al gritar todos para uno y uno para todos, gente capaz de entregar su vida en alguna aventura más allá de sus propias fuerzas, gente que siempre supera cualquier obstáculo sin dejar caer en el camino ni uno solo de sus principios, gente santa, o tal vez gente ficticia, gente fetén si el mundo fuese de cartulina....










29 de agosto de 2010

Sinestesia



Un corto de Terri Timely

26 de agosto de 2010

Garça perdida




Anoiteceu no meu olhar
de feiticeira, de estrela do mar,
de céu, de lua cheia,
de garça perdida na areia.

Anoiteceu no meu olhar,
perdi as penas, não posso voar,
deixei filhos e ninhos,
cuidados, carinhos, no mar...

Só sei voar dentro de mim neste sonho de abraçar
o céu sem fim, o mar, a terra inteira!


E trago o mar dentro de mim,
com o céu vivo a sonhar
e vou sonhar até ao fim, até não mais acordar...

Então, voltarei a cruzar este céu e este mar,
voarei, voarei sem parar
á volta da terra inteira!
Ninhos faria de lua cheia e depois,
dormiria na areia...

15 de julio de 2010

El centro del sol



He pasado algún tiempo siguiendo unas instrucciones para llegar al centro del sol. No he salido del planeta (creo); de hecho es bastante sencillo cuando se comprende que se trata de un recorrido hacia nosotros mismos.

Tal vez porque tengo cierta tendencia a complicar las cosas, después de llegar al centro del sol me dí cuenta de que necesitaba una luna, igual que cada día necesita de la noche. Realmente me lo dijo una voz con acento de Tétouan, y yo, que asumo con naturalidad mis propias alucinaciones como si fuera el gato cheshire de Alicia, tomé su indicación como propia. Total, ya puesto, aproveché para hacerme un viaje galáctico a los lugares más exóticos de mi personalidad. Si llegas al sol puedes llegar a cualquier parte.

Soles, lunas..., todos somos similares en nuestros deseos. Buscamos demasiadas cosas, todas a la vez, y muchas de ellas contradictorias. Hay que ir simplificando. Me saturé de deseos y decidí tomar el camino de regreso, fingiendo no haber encontrado lo que buscaba, por el puro placer de seguir buscando.

No es cuestión de ir o venir, sino de estar en movimiento. Y un buen viaje entre dimensiones te hace perder el miedo a decir "ahora".

18 de junio de 2010

Pensar, Pensar, Saramago

Libros
Por Fundação José Saramago
Empezar a leer fue para mí como entrar en un bosque por primera vez y encontrarme de pronto con todos los árboles, todas las flores, todos los pájaros. Cuando haces eso, lo que te deslumbra es el conjunto. No dices: me gusta este árbol más que los demás. No, cada libro en que entraba lo tomaba como algo único.

El País Semanal, Madrid, 29 de noviembre de 1998

Sus árboles crecen sanos y con raíces cada vez más fuertes en la mente de quienes leímos su obra. Se han convertido en grandes árboles personajes como Raimundo Silva, un corrector de pruebas que pudo cambiar la historia con cambiar una palabra; o la mujer del médico, que finge perder la vista para guiar a su marido, y a nosotros mismos, en un mundo de ciegos; o el bueno de don José y su gran historia de amor por una mujer desconocida, a través de su expediente en el Registro Civil; o el alfarero que gracias a su dignidad puede arrojar luz sobre la oscuridad de cualquier "caverna".....

Hoy 18 de junio, la entrada de un blog de Saramago lleva por título "Pensar, pensar" y recoge un fragmento de una entrevista de finales de 2009 :
Creo que en la sociedad actual nos falta filosofía. Filosofía como espacio, lugar, método de reflexión, que puede no tener un objetivo concreto, como la ciencia, que avanza para satisfacer objetivos. Nos falta reflexión, pensar, necesitamos el trabajo de pensar, y me parece que, sin ideas, no vamos a ninguna parte.

12 de junio de 2010

Yo no mato el tiempo





No.
No hay que ir simplificando.
Lo dije hace un mes pero ya no me lo creo. No hay nada de malo en tener ideas contradictorias, te puede gustar una cosa y su contraria, se pueden buscar tesoros distintos. No me gustan los packs "todo en uno". No entiendo por qué la gente siempre tiene tanta prisa por encontrarlo todo, cuando lo natural es disfrutar de lo que cada cosa te ofrezca en su momento, con serenidad. La obsesión por encontrar resultados ha crecido tanto que ya todo parece definido previamente por el resultado que se vaya a obtener. Paso de simplificar una búsqueda, de reducir las cosas que hay a mi alrededor, de adaptarme a un modo de vida, de amoldarme a unas ideas...
Bastante tenemos con asumir un montón de obligaciones diarias...

Esta mañana haciendo limpieza en el trastero he encontrado una caja con cosas que tenía en mi cuarto en la casa donde vivía de niño, entre ellas había un pequeño ángel celeste hueco por dentro, con un agujero por detrás casi tan grande como su cabeza, para colgarlo en la pared. Dentro había un papel doblado no menos de diez veces hasta dejarlo del tamaño de una uña. De niño jugaba mucho a las pistas, escondía papeles donde escribía una pista sobre el lugar donde se encontraba escondida la pista siguiente, hasta encontrar el último papel donde escribía el mensaje final, cualquier chorradilla que se me ocurriera en ese momento...

El ángel que he encontrado esta mañana debió de ser el lugar que elegí para guardar una última pista, y al desdoblar el papel he leído con mi letra de diez años el mensaje que escondía: bic naranja escribe fino, bic cristal escribe normal.

No tiene ningún significado especial, seguro que incluso me reí más cuando lo escribí hace veinte años que cuando lo he leído hoy, pero la ausencia de significado me lo deja claro, lo importante no es conseguir la meta final, lo divertido es jugar.



3 de junio de 2010

Alcachofas (Sólo para adultos)



Hay que ver cómo pasa el tiempo. Y que siga pasando. Recuerdo hace unos años, cuando comenzábamos a ser jóvenes, e inocentes creíamos que comenzábamos a ser adultos. En el fondo éramos unos críos con aspiraciones de madurez.

Conso, una amiga, me contaba que notaba su nueva edad, estaba siendo consciente de ella, por algunos hechos irrebatibles que confirmaban que ya no éramos unos niños.

El primero, las noticias. Llega un momento en el que de repente te descubres interesado viendo el telediario. Hasta entonces había sido un ruido molesto en el ambiente, casi desapercibido, y después en cambio terminas prestándoles atención. E incluso te gustan. Quieres saber cómo está el mundo, y sabes que necesitas saber en qué mundo vives. Estás creciendo, sin duda.

Otro hecho incuestionable de la recién estrenada vida adulta: los ensayos y documentales. Hasta ese momento eran insoportables, aburridos y soporíferos; vamos, un coñazo para echar la siesta viendo La 2. Y sin saber cómo ha sido, te sorprendes en una charla con tus amigos comentando alguna idea interesante que has leído en un ensayo. Oye, que resulta que te interesan, te hacen crecer y te descubren ideas nuevas, nuevas perspectivas, posturas críticas que no tienen cabida a través de las vías culturales mayoritarias. Amigo, si renuncias a ver la última peli de algún super héroe y te metes en la sala del documental, porque te mueres de ganas por conocer la visión del tema del que se trate, estás perdido: te puedes considerar adulto de hecho y de derecho.

Pero no es un paso imprescindible. Hay uno mucho más revelador. Un buen día, llegas cansado de trabajar, abres el frigorífico para preparar algo de comer y....te apetece comer ¡¡lentejas!! Te lamentas de no saber hacerlas y piensas en lo buenas que le salen a tu madre. Sí, quieres comer lentejas hechas por tu madre. Con la de veces que has puesto cara de asco cuando las veías en el plato. Inevitablemente, la madurez ha llegado a tu vida.


Yo he sido consciente de ello con las alcachofas. Me daban angustia con sólo verlas. Pero vi un documental sobre nutrición, en el que explicaban sus múltiples cualidades y efectos beneficiosos para nuestra salud. Y ahora me gustan. Una persona joven sin aspiraciones de madurez se come cualquier cosa con tal de que le guste su sabor; por el contrario, a una persona adulta le gusta cualquier sabor con tal de que le siente bien a su salud.

Ahora sí que sí, la racionalización de las ventajas de lo que comes puede incluso cambiar su sabor, de una forma algo inconsciente tu mente condiciona tu cuerpo para que te guste algo, reconduces tus gustos: Eres adulto. Bienvenido, y que te sea leve.

29 de mayo de 2010

La risa




Descubrir la comicidad de situaciones estresantes y reirse también protege nuestro equilibrio emocional. El buen sentido del humor nos permite ver las contradicciones y las ironias de la vida, lo que a menudo disminuye la intensidad de las emociones negativas que provocan las desgracias.

El sentido del humor es como un bálsamo protector. Su función primordial es aliviarnos del miedo y la inseguridad. Incluso el humor negro es saludable. Actua de purgante psicológico que nos libera de obsesiones destructivas. La gran virtud del sentido del humor es que nos alegra la vida y, probablamente, también la prolonga.

A menudo, las situaciones de buen humor provocan en nosotros la risa. Este reflejo fascinante es un regalo de nuestra naturaleza que va incluido en nuestro equipaje al nacer. La risa es una expresión física de emoción agradable intensa. Consiste en la contracción simultánea de quince músculos de la cara, acompañada de respiraciones espasmódicas y de sonidos entrecortados irreprimibles. Suele aflorar en los niños entre cuatro y seis meses de edad en respuesta a estímulos táctiles, movimientos, sonidos o ademanes de personas conocidas. Al año, los pequeños se ríen de alegría ante situaciones sociales o circustancias incongruentes o sorpresivas para ellos.

Desde que Charles Darwin publicó, en 1872, su tratado sobre la expresión de las emociones, numerosos experimentos han demostrado que no sólo nuestras emociones internas son exteriorizadas espontáneamente en nuestro rostro, sino que las expresiones emocionales de nuestro semblante, aunque sean en un principio fingidas o provocadas artificialmente, terminan por producir en nosotros los sentimientos genuinos que representan.

La conexión de ida y vuelta entre las emociones y sus manifestaciones corporales fue detectada hace muchos años por el psicólogo neoyorquino Willian James, quién señaló, por ejemplo, que silbar una sintonia alegre en la oscuridad no sólo podía neutralizar el miedo sino que incluso podía estimular alegría en el silbador.

La función de la risa, además de representar nuestro júbilo y buen humor, es liberarnos de la tensión y el estrés que acumulamos, descargar la ansiedad y los temores reprimidos, y ayudarnos a superar situaciones disparatadas. Una buena carcajada oxigena, alimenta en nosotros una perspectiva jovial y despegada de las frustraciones y sinsentidos cotidianos y, en definitiva, nos alegra la vida.


Luis Rojas Marcos, Nuestra incierta vida normal

12 de abril de 2010

Árboles hombres




Ayer tarde,

volvía yo con las nubes

que entraban bajos rosales

(grande ternura redonda)

entre los troncos constantes.


La soledad era eterna

y el silencio inacabable.

Me detuve como un árbol

y oí hablar a los árboles.

El pájaro solo huía

de tan secreto paraje,

sólo yo podía estar

entre las rosas finales.

Yo no quería volver en mí, por miedo de darles

disgusto de árbol distinto

a los árboles iguales.

Los árboles se olvidaron,

de mi forma de hombre errante,

y, con mi forma olvidada,

oía hablar a los árboles.


Me retardé hasta la estrella.


En vuelo de luz suave,

fuí saliéndome a la orilla,

con la luna ya en el aire.

Cuando yo ya me salía,

vi a los árboles mirarme.

Se daban cuenta de todo

y me apenaba dejarles.

Y yo los oía hablar,

entre el nublado de nácares,

con blando rumor, de mí.


Y ¿cómo desengañarles?

¿Cómo decirles que no,

que yo era sólo el pasante,

que no me hablaran a mí?

No quería traicionarles.

Y ya muy tarde, ayer tarde,

oí hablarme a los árboles.


Juan Ramón Jiménez

30 de marzo de 2010

Discordantes, libres y arrogantes


"¿Habré de ser otra vez sembrado?"

Siempre me han llamado mucho la atención las personas con las que me ha dado un chispazo eléctrico alguna vez. Bueno, "las personas"..., en realidad no han sido más de tres o cuatro, pero siempre he querido creer que tenían algo especial, o que su relación conmigo tendría que ser muy especial, como señales que me brindaba el destino para fijarme con más atención en los detalles de esas personas...
No hace falta decir que siempre he tenido muchos pájaros en la cabeza, y la cabeza siempre en las nubes...
Vaya, en cuatro líneas ya he utilizado cuatro veces la palabra siempre, y ya van cinco...

El hecho de que siempre haya querido ver de una forma distinta a estas personas, y dar un significado especial a detalles que seguramente no tienen importancia ninguna, me ha llevado a forzar las cosas más allá de lo natural, siendo especialmente insistente. Y nunca me ha importado.

Sé que para cada problema debe haber una solución, o muchas soluciones. Y cuando el problema atañe a varias personas, lo suyo es que la solución venga de parte de todos. Me cansa poner todo de mi parte para solucionar discusiones que volverán a surgir por cualquier tontería. Mi insistencia en que algo funcione ha hecho que "de un chispazo casual se forme un temporal", como en la canción.
Ahora diría que temo estos chispazos porque pueden ser el presagio de la tormenta eléctrica que vendrá.

Todo es breve, y sabiendo que todo termina no está mal del todo procurar un final no del todo malo. Vamos, que para vivir amargado mejor pasar página, si se puede, y disfrutar la brevedad de cada momento, sin pretensiones ni señales ni tonterías. "Sólo por breve tiempo, cual flor de magnolia, hemos venido al mundo a abrir nuestra corola". Eso es lo que dijo en una poesía náhuatl el mismo poeta que hace siglos escribió la frase que inicia esta entrada, y que he descubierto escrita hace unas horas en los servicios de unos cines que tienen sus horas contadas.

Sé que parece increíble que alguien pueda escribir el verso de una poesía precolombina en una puerta de los aseos de un cine, pero yo ya no me asusto de nada. Y sigo leyéndolo todo.
Por cierto, si alguien comprueba que no miento, verá que junto a esta cita y otros graffitis escatológicos de mal gusto, hay una frase de otra poeta contemporánea, Amy Winehouse, "life is like a pipe and I'm a tiny penny rolling up the walls inside".
¿Soy yo quien ve señales por todas partes, o todos los pájaros del mundo huyen de la lluvia cobijados en mi cabeza?

Pues eso...





6 de marzo de 2010

La destrucción o el amor

1


Pájaro de la dicha,
azul pájaro o pluma,
sobre un sordo rumor de fieras solitarias,
del amor o castigo contra los troncos estériles,
frente al mar remotísimo que como la luz se retira.

Yo te he querido como nunca.
Eras azul como noche que acaba,
eras la impenetrable caparazón del galápago
que se oculta bajo la roca de la amorosa llegada de la luz.

La realidad que vive
en el fondo de un beso dormido,
donde las mariposas no se atreven a volar
por no mover el aire tan quieto como el amor.

Entonces por los cuellos dulces melodías aún circulan,
hay un clamor de violas y estrellas
y una luna sin punta, roto el arco,
envía mudamente sus luces sin madera.

Cuerpo feliz que fluye entre mis manos,
rostro amado donde contemplo el mundo,
donde graciosos pájaros se copian fugitivos,
volando a la región donde nada se olvida.

El mar, encerrado en un dado,
desencadena su furia o gota prisionera,
corazón cuyos bordes inundarían al mundo
y sólo pueden contraerse con su sonrisa o límite.

Arriba las espumas, cabelleras difusas,
ignoran los profundos pies de fango,
esa imposibilidad de desarraigarse del abismo,
de alzarse con unas alas verdes sobre lo seco abisal
y escaparse ligero sin miedo al sol ardiente.

Calla, calla. No soy el mar, no soy el cielo,
ni tampoco soy el mundo en que tú vives.
Soy el calor que sin nombre avanza sobre las piedras frías,
sobre las arenas donde quedó la huella de un pesar,
sobre el rostro que duerme como duermen las flores
cuando comprenden, soñando, que nunca fueron hierro.

No te acerques. Tu frente, tu ardiente frente, tu encendida frente,
las huellas de unos besos,
ese resplandor que aún de día se siente si te acercas,
ese resplandor contagioso que me queda en las manos,
ese río luminoso en que hundo mis brazos,
en el que casi no me atrevo a beber, por temor después a ya una dura vida de lucero.



2

Cuerdas, dientes temblando en las ramas;
una ciudad, la rueda, su perfume;
mar, bosque de lo verde, verde altura,
mar que crece en los hombros como un calor constante.

Un pájaro de papel en el pecho
dice que el tiempo de los besos no ha llegado;
vivir, vivir, el sol cruje invisible,
besos o pájaros, tarde o pronto o nunca.

Tus alas como brazos,
amorosa insistencia en este aire que es mío,
casi mejillas crean o plumón o arribada,
batiendo mientras me olvido de los dientes bajo tus labios.

Un aire blando y suave
donde las palabras se murmuran como a un oído.
Donde resuenan unas débiles plumas
que en la oreja rosada son el amor que insiste.

Llega con su cuerpo sonoro
donde sólo los besos resultan todavía fríos,
pero donde el sol se rompe ardientemente
para iluminar en redondo el paisaje vencido.

Tu corazón tomando la forma de una nube ligera
pasa sobre unos ojos azules,
sobre una limpidez en que el sol se refleja;
pasa, y esa mirada se hace gris sin saberlo,
lago en que tú, oh pájaro, no desciendes al paso.

Cuerpo que sólo por la mañana, dolido,
sin fiebre, tiene ojos de nieve tocada
y un rosa en los labios como limón teñido,
cuando sus manos quisieran ser flores casi entreabiertas.

Siento el mundo rodar bajo mis pies,
rodar ligero con siempre capacidad de estrella,
con esa alegre generosidad del lucero
que ni siquiera pide un mar en que doblarse.

Oh maravilla mía,
oh dulce secreto de conversar con el mar,
de suavemente tener entre los dientes
un guijo blanco que no ha visto la luna.
Noche verde de océano que en la lengua no vuela
y se duerme deshecha como música o nido.

Quiero saber si el corazón es una lluvia o margen,
lo que se queda a un lado cuando dos se sonríen,
o es sólo la frontera entre dos manos nuevas
que estrechan una piel caliente que no separa.

Pájaro como luna,
luna colgada o bella,
tan baja como un corazón contraído,
suspendida sin hilo de una lágrima oscura.

3


Dichoso corazón encendido en esta noche de invierno,
en este generoso alto espacio en el que tienes alas,
en el que labios largos casi tocan opuestos horizontes
como larga sonrisa o súbita ave inmensa.

El mar, la tierra, el cielo, el fuego, el viento,
el mundo permanente en que vivimos,
los astros remotísimos que casi nos suplican,
que casi a veces son una mano que acaricia los ojos.

Duele el alma amarilla o una avellana lenta,
la que rodó mejilla abajo cuando estábamos dentro del agua
y las lágrimas no se sentían más que al tacto.

Díme por qué sobre tu pelo suelto,
sobre tu dulce hierba acariciada,
cae, resbala, acaricia, se va
un sol ardiente o reposado que te toca
como un viento que lleva sólo un pájaro o mano.

Pájaro que picotea pedacitos de sangre,
sal marina o rosada para el pájaro amarillo,
para ese brazo largo de cera fina y dulce
que se estira en el agua salada al deshacerse.

Todo, todo, amor mío, es verdad, es ya ello.
Todo es sangre o amor o latido o existencia,
todo soy yo que siento cómo el mundo se calla
y cómo así me duelen el sollozo o la tierra.

Triste historia de un cuerpo que existe como existe un planeta,
como existe la luna, la abandonada luna,
hueso que todavía tiene un claror de carne.

La celeste marca del amor en un campo desierto
donde hace unos minutos lucharon dos deseos,
donde todavía por el cielo un último pájaro se escapa,
caliente pluma que unas manos han retenido.

Sombra feliz del cabello
que se arrastra cuando el sol va a ponerse,
como juncos abiertos- es ya tarde;
fría humedad lasciva, casi polvo-.

Oh tú, calor, rubí o ardiente pluma,
pájaros encendidos que son nuncio de la noche,
plumaje con forma de corazón colorado
que en lo negro se extiende como dos alas grandes.


4


Canto el cielo feliz, el azul que despunta,
canto la dicha de amar dulces criaturas,
de amar a lo que nace bajo las piedras limpias,
agua, flor, hoja, sed, lámina, río o viento,
amorosa presencia de un día que sé existe.

El puro corazón adorado, la verdad de la vida,
la certeza presente de un amor irradiante,
su luz sobre los ríos, su desnudo mojado,
todo vive, pervive, sobrevive y asciende
como un ascua luciente de deseo en los cielos.

La memoria como el hilo o saliva,
la miel ingrata que se enreda al tobillo,
esa levísima serpiente que te incrusta su amor
como dos letras sobre la piel odiada.

Sangre o sol que se funden en el feroz encuentro,
cuando el amor destella a un choque silencioso,
cuando amar es luchar con una forma impura,
un duro acero vivo que nos refleja siempre.


5


Soy el destino que convoca a todos los que aman,
mar único al que vendrán todos los radios amantes
que buscan a su centro, rizados por el círculo
que gira como la rosa rumorosa y total.

Un alimento o roce en la garganta,
blanco o maná de tímidos deseos
que sobre lengua de calor callado
se deshace por fin como la nieve.

La felicidad no consiste en estrujar unas manos
mientras el mundo sobre sus ejes vacila,
mientras la luna convertida en papel
siente que un viento la riza sonriendo.

Se espera siempre.
Luna, maravilla o ausencia,
celeste pergamino color de manos fuera,
del otro lado donde el vacío es luna.

Quiero muslos de acero, acaso musgo tenue,
acaso esa suavidad tan reciente
cuando la lluvia cae por una ingle indefensa.

Una mágica luna del color del basalto
sale tras la montaña como un hombro desnudo.
El aire era de pluma, y a la piel se la oía
como una superficie que un solo esquife hiere.

Labios, dientes o flores, nieves largas;
tierra debajo convulsa derivando.
Ama el fondo con sangre donde brilla
el carbunclo logrado.
El mundo vibra.

Dichosa claridad de la aurora,
cuerpo radiante, amoroso destino,
adoración de ese mar agitado,
de ese pecho que vive en el que sé que vivo.

El amor como un número
tan pronto es agua que sale de una boca tirada,
como es el secreto de lo verde en el oído que lo oprime,
como es la cuneta pasiva que todo lo contiene,
hasta el odio que afloja para convertirse en el sueño.

Soledad, soledad, calvero, mundo,
realidad viva donde el plomo es frío;
no, ya no quema el fuego que en las ingles
aquel remoto mar dejó al marcharse.


6

Vive, vive, despierta, ama, corazón, ser,
despierta como tierra a la lluvia naciente,
como lo verde nuevo que crece entre la carne.

Vive, vive como el mismo rumor de que has nacido;
escucha el son de tu madre imperiosa;
sé tú espuma que queda después de aquel amor,
después de que, agua o madre, la orilla se retira.

Se aproxima el momento en que la dicha consista
en desvestir de piel a los cuerpos humanos,
en que el celeste ojo victorioso
vea sólo a la tierra como sangre que gira.

Vida, vida batiente que con forma de brisa,
con forma de huracán que sale de un aliento,
mece las hojas, mece la dicha o el color de los pétalos,
la fresca flor sensible en que alguien se ha trocado.

Día, noche, ponientes, madrugadas, espacios,
ondas nuevas, antiguas, fugitivas, perpetuas,
mar o tierra, navío, lecho, pluma, cristal,
metal, música, labio, silencio, vegetal,
mundo, quietud, su forma. Se querían, sabedlo.

Esa dicha creciente que consiste en extender los brazos,
en tocar los límites del mundo como orillas remotas
de donde nunca se retiran las aguas,
jugando con las arenas doradas como dedos
que rozan carne o seda, lo que estremeciéndose se alborota.

Ven, ven, huyamos quietos como el amor;
vida como el calor que es todo el mundo solo,
que es esa música suave que tiembla bajo los pies,
mundo que vuela único, con luz de estrella viva,
como un cuerpo o dos almas, como un último pájaro.

Tú, corazón que dondequiera existes como existe la muerte,
como la muerte es esa contracción de la cintura
que siente que la abarca una secreta mano,
mientras en el oído fulgura un secreto previsto.

Paraíso de lunas sajadas con desvío,
con filos de vestidos o metales dichosos,
aquellos que no amaron porque sabían siempre
que el polvo no circula ni sustituye a la sangre.

Mátame como si un puñal, un sol dorado o lúcido,
una mirada buída de un inviolable ojo,
un brazo prepotente en que la desnudez fuese el frío,
un relámpago que buscase mi pecho o su destino.....



Seguramente es un atrevimiento y una falta de respeto por mi parte. Pero me entretiene juntar estrofas de cada poema de La destrucción o el amor. Y siempre, con cualquier combinación, se mantiene el sentido global del poemario. Desde luego Vicente Aleixandre es el maestro del verso libre, y qué mayor libertad que la de acomodar sus propios versos como piezas de distintos puzzles. En concreto, este puzzle lo he compuesto seleccionando una única estrofa de cada poema, en el orden consecutivo de la edición de la editorial losada de 1954.

5 de marzo de 2010

Incertidumbre

Cuando la incertidumbre me muerde el estómago por el miedo a vivir situaciones desconocidas, me gusta perderme entre las páginas de algún libro viejo. Ya lo hacía de niño con los libros que había en casa sin ni siquiera entender lo que estaba leyendo. Mi familia me ha contado varias veces que no había cumplido dos años cuando murió mi abuela, en la casa de al lado, y yo me puse en la cama de mis padres a trastear un tomo de una enciclopedia antigua que ni ellos mismos habían consultado nunca.

Cada vez que comenzaba un curso nuevo, la noche anterior al primer día de escuela siempre me quedaba en vela pensando en la historia que leía. Incluso sigo dudando ahora en noches como ésa si realmente me llego a quedar dormido, o me muevo entre sueños por un mundo intermedio hasta que amanece. Sólo sé que me termino durmiendo porque a la mañana siguiente despierto, como una tormenta nocturna de la que sólo te enteras cuando ya de día ves las calles mojadas. El sueño es para mí en esas ocasiones como esa lluvia ignorada a la que permaneces ajeno.

No es realmente miedo, es más bien el deseo de que el tiempo pase rápido y tener al fin claridad para comprender lo que ha pasado, lo que aún no sabes que va a pasar. Dilucidar entre varias opciones sin tener ninguna posibilidad de conocer de antemano cuál será la correcta, elegir una alternativa, vivir. Arriesgarse o continuar, intentarlo una vez más o adaptarse y huir como diría el personaje de Meryl Streep...

Lo mismo es el temor a equivocarme lo que me genera esa ansiedad que sólo me calma algún libro. Pese a que los años te van convirtiendo en una persona cada vez más sensata, hay días en que me sigo sintiendo desubicado, sobre todo en días de viento como éste. Nunca he dado nada por seguro, y eso ha hecho que sea un hombre de pocas certezas, casi ninguna... Pero cuando el viento sopla tan fuerte como hoy necesito sentirme pesado, seguro, incapaz de irme volando... Y no encuentro en ninguna parte ese peso vital que me ate a tierra, esa gravedad necesaria para seguir en mi lugar, algo que me dé aplomo, confianza, entereza.

Alguna certeza, por intrascendente que sea; fe en alguna cosa, aunque no sea más que una fe literaria, casi tan irreal como mi propia esperanza. A todo eso, en líneas generales, le llamo incertidumbre. Y lo he sentido desde siempre, de una forma inconsciente, y desde siempre he encontrado un refugio en los libros. De niño no lo sabía, claro. Es ahora cuando puedo describirlo con palabras.

Y es por éso que hoy he vuelto a leer La destrucción o el amor, de Vicente Aleixandre. En una edición tan antigua que casi se deshacen las páginas mientras las paso entre mis dedos. Y entre sus poemas respiro la calma de nuevo, recupero el aliento, el ánimo, el coraje, y cierto convencimiento de estar viviendo mi vida más o menos como quiero...

Como en un círculo perfecto, al recuperar mi energía me vuelvo a vaciar de certezas libre ya de miedos para comenzar desde cero.

Hoy que La destrucción o el amor ha servido para calmar mi incertidumbre, tal vez publique después una entrada con un poema global compuesto por estrofas distintas de todos los poemas que componen el libro...a modo de homenaje por el primer año de este blog, recopilando este botiquín personal de opiáceos de andar por casa.

20 de febrero de 2010

Un beso

A “B. H.”, el relato de su última carta
Nueve años, un mes y dieciséis días después, por el mismo boc@dicto.






Alguna vez en la vida te puedes encontrar con una persona desconocida en cuya piel percibes tu propia energía, con la que puedes conectar a través del lenguaje secreto de las emociones. Nunca hubiera creído que me sucedería con aquella mujer, una fría tarde imprevista en el trabajo.
Me enamoré de ella desde el momento en que sentí su profunda mirada sorprendida fija en mis ojos. Por entonces, sobre todo cuando estaba trabajando en el bar, yo me imaginaba invisible, hasta que descubrí su vista detenida en mí, y supe en ese instante que sería alguien importante en mi vida.










No sé si llegó a serlo, ni siquiera sé por qué quiero escribirlo. Tal vez la narración de aquella tarde libere mis emociones contenidas. Sólo fue una tarde, sólo compartimos un mismo espacio físico durante los treinta y seis minutos de una tarde cualquiera. El tiempo es elástico, sin duda. Puede pasar tan lento o rápido según el ánimo de la persona que lo viva... Yo sentí que se detuvo en aquel momento, y por ello ahora me es tan fácil recordar cada instante desde que ella entró en el bar hasta que se marchó.



Treinta y seis minutos exactos. Sonaba en la radio la señal horaria de las cinco en punto cuando descubrí su mirada mientras venía hacia mí. Y como me miro el reloj bastante a menudo, casi de una forma compulsiva, observé que el minutero estaba en el número treinta seis. Está claro que no lo recordaría si no fuera por una razón que puede resultar algo superficial. Seguía con mucho interés la clasificación del equipo de fútbol de mi ciudad, y ésos eran los puntos que llevaba mi equipo, la revelación en la liga del año pasado.



Meriem, así dijo que se llamaba, transmitía una extraña aflicción en su mirada, una especie de desolación asumida a la que, ahora lo sé, había rendido su destino. Aunque sus gestos eran enérgicos, en todos ellos se podía percibir un meláncolico desinterés, una tristeza indecible en su movimiento. Como el árbol que finge perder su vitalidad durante el otoño, creí que ella en su interior también estaba mudando su ánimo por un cambio de temporada. Y estuve seguro de que no tardaría en florecer. Me equivocaba, claro. Ella era todo raíz, como la tierra de la que venía, Tamanrasset, fuerte, segura, serena, pero no tuvo oportunidad de convertirse en el árbol vigoroso que las señales de su cuerpo presagiaban.



Sucedió de forma casual, si es que la casualidad existe. Me pidió dulce y nerviosa si podía hacer una llamada. Yo sonreí. Normalmente los clientes no usan el teléfono del bar, así que no nos iba a suponer ningún coste. Titubeaba, como si quisiera elegir con cuidado cada palabra que decía, procurando un significado correcto. Supongo que estaba acostumbrada al rechazo de casi todos los demás. No debe ser fácil para una mujer de Argelia integrarse socialmente como cualquier otro ciudadano. Pese a ello su voz era firme, y su expresión, resolutiva.



Llevaba con ella un niño de unos siete años, mostraba su edad en la expresión dulce de las facciones infantiles, pero tenía la mirada profunda de su madre, sus ojos daban hacia dentro al principio de un abismo de aguas tranquilas y oscuras. Ayer volví a verle, casi un año después de aquella tarde, en este mismo bar donde sigo trabajando; entró él solo, y me pidió con la misma dulzura de su madre un vaso de agua. Charlamos menos de cinco minutos en los que me contó con sus palabras las últimas novedades de sus vidas, hasta que desde la puerta un hombre de apariencia mayor y cansada le llamó por su nombre, Mourad, y el pequeño se marchó veloz tras darme las gracias. Noté cómo ese abismo interno ha crecido en tan poco tiempo. Y no me sorprendió.



Aquella tarde, mientras su madre estaba hablando por el teléfono sin que yo pudiera entender una sola palabra, también me pidió un vaso de agua. Ella le miró de una forma severa, pero no pudo intervenir. Le puse también un refresco que él miró divertido, y que no quiso abrir hasta que su madre estuvo a su lado para darle permiso. A ella le dije que les invitaba a lo que quisieran. Y aunque al principio rechazó la propuesta educadamente, cuando se dio cuenta de que yo ya tenía agua puesta a hervir no se negó a tomar una infusión de poleo menta. De todas formas yo todos los días me prepararaba un té para tomármelo a lo largo de la tarde. Todavía lo sigo haciendo.


Nada más echar el agua hirviendo en las tazas comenzó una pausa publicitaria y opté por poner un disco. En el bar no me gusta mucho tener la radio encendida; los clientes, y yo mismo, estamos más relajados sin las interrupciones de publicidad, y preferimos una música instrumental de fondo, que ayuda a crear una atmósfera mucho más íntima y distendida.




Puse un disco de un artista senegalés. Era de lo poco que tenía de música africana. Por entonces yo imaginaba África como un territorio gigantesco con la misma cultura en todas partes. Ni que decir tiene que esa música no tenía nada que ver con la música tradicional de su país. Aunque no por ello dejó de gustarnos. El artista en cuestión había adquirido cierta fama como consecuencia de una película española; un famoso director le había elegido para la canción principal de una de sus películas más célebres.Y es una de las canciones más bonitas que he escuchado nunca. Ahora mismo la estoy escuchando de nuevo para recordar aquella tarde en la que compartimos unos breves minutos, nuestra primera canción, nuestra primera conversación, mi primer amor.
Puede que por los ritmos musicales africanos ella perdiera el miedo sutil con que me hablaba al principio, ganara más confianza y se mostrara mucho más receptiva.



Me estuvo hablando de sus experiencias vitales. Aparentaba mucho más de los veintisiete años que dijo tener, también había vivido muchas más desventuras de las normales para su edad. Su infancia fue dura. En mi opinión, claro. A ella no le parecía nada extraño más allá de su realidad cotidiana. Dijo que en este momento de su vida tal vez pudiera reconocer que pudo haber sido mejor, pero ella siempre se consideró feliz. No le importaba que su hijo, si las circunstancias fueran las mismas, viviera en su ciudad natal tan alegre como lo fue ella.


Pero no quería volver, al menos de momento prefería Almería a Tamanrasset. Allí en los últimos años no se sentía segura, no sólo porque no tuvo suerte con su marido, sino porque estaba creciendo un clima de violencia que les asfixiaba cada vez más. Su hermana había muerto hacía doce años en un atentado en el norte, y los secuestros que tenían lugar en el sur estaban ahuyentando al turismo. Cuando ella era niña recordó que muchos turistas visitaban aquella zona, y les iba bien el negocio artesanal del que vivía su familia. Pero en la época en la que decidió salir de aquella situación, el negocio estaba desapareciendo en la misma medida en que lo hacía la gente. Al parecer ya no bastaba la cercanía de la ciudad a alguno de los lugares más bellos de África, que estuviera en un Oasis, casi al lado a su vez del Oasis de Abalessa, y fuera la entrada a la cadena montañosa más impresionante del Sáhara, cuna de los Touaregs y señores del desierto.

Su embarazo le ayudó a decidirse, su hijo nacería en España. De eso han pasado ya ocho años, siete cuando ella me lo contó, la tarde del invierno de hace un año, primera y última vez que la ví.
Pese a todo, ella sólo parecía feliz cuando hablaba de su tierra. La única razón por la que quería estar aquí era para garantizar que su hijo tuviera más oportunidades. Hablaba el castellano como cualquier otro niño, y crecería como los demás para hacerse un hombre normal. Todo lo que a nosotros nos parece normal era lo que ella deseaba. Y al final parece que lo ha conseguido.


Me comentó que nunca se preocupó por tener su situación legal en regla, y hacía unos días le habían comunicado el inicio de un proceso de repatriación. Tenía pánico a su regreso por la previsible reacción de su marido abandonado. Hasta entonces había sido una dócil hacedora de su voluntad, y la decisión de huir sería imperdonable. Pero asumía su situación resignada, y su única preocupación era el destino de su hijo.



En efecto, unas semanas después fue repatriada. Me lo dejó todo escrito en una carta que escribió algunos días antes de su marcha y que su hijo me entregó ayer, todavía sin abrir pasado un año. A veces es impactante lo que puede cambiar el mundo en lo que se tarda en leer una carta.


Al parecer ella pudo haber sentido hacia mí lo mismo que yo comenzé a sentir por ella. Pero nos complicamos tanto la vida por el miedo de nuestros propios fantasmas, que prefirió alejarse y no volver a entrar en el bar. Cualquier otra decisión no habría hecho más que añadir dificultades a nuestras vidas.
Prometía volver a verme en cuanto regresara a España, en una segunda oportunidad libre y decidida. Todos merecemos una segunda oportunidad, y ella sabría aprovechar la suya.


Tal vez estas palabras sean una especie de respuesta a su carta. Sólo la conocí una tarde, y sin embargo cuando cierro los ojos para pensar en ella me viene su imagen nítida y perfecta.

Aunque a esa imagen añado ahora la huella del dolor presentido.




Recuerdo su pelo negro y furioso, ordenado en pequeñas y sólidas trenzas que le daban una apariencia de animal salvaje pero templado, como una pantera tranquila y soberbia. Los ojos eran castaños y rasgados bajo largas pestañas, con su mirada triste y dulce tan característica, y las cejas finas, algo curvadas, sobre los párpados suavísimos.







Recuerdo los agujeros casi inapreciables en la comisura de sus labios al sonreír, y recuerdo su sonrisa amplia y generosa, hablaba a través de ella. No le importaba dar felicidad aunque no la recibiera. Sonreía con sus ojos y expresaba lo bueno y lo malo con su sonrisa.
Y recuerdo su cuerpo. Un cuerpo lleno de curvas indescifrables exactas para sus movimientos serenos y tranquilos. No quise fijarme demasiado, pero no pude evitarlo, era un imán para mi mirada. Desde los pies, demasiado pequeños para su altura, sólo pude apreciar con claridad los tobillos, salientes y pronunciados bajo sus piernas, y hacia arriba, líneas contorneadas con límites difusos que imaginaban la cintura, la cadera, el perfil de sus pechos, y el cuello redondo con la longitud perimétrica justa a mis manos rodeándolo en un primer y último beso, ¡cuánto sufriría aquel cuello!


Más allá de su físico, que golpeaba mis sentidos de tan bello, me enamoré de su forma de ser, de hablarme, de sonreírme, de estar allí cómoda ante su hijo, sintiendo que nuestras palabras nos reconfortaban.

No nos dijimos nada inapropiado, era una percepción más física, una emoción a través de cada poro de nuestra piel.

Antes de irse, cuando el pequeño se marchó al baño, ambos de pie, no pude evitar besarla. No fue un beso húmedo ni pasional, al contrario, tan sólo la llamada natural de dos cuerpos que se han reconocido más allá del tacto, sólo se juntaron nuestros labios. Mis manos en su cuello sostenían su cara algo levantada hacia mí, y a través de sus labios unimos nuestra energía.

En alguna parte de mi interior sabía que nuestras almas estaban unidas, desde antes de vernos y quizá para siempre.

Ese beso , ese único beso , justifica toda mi vida hasta ahora. Me sentí tan vivo, era la primera vez que me sentía tan unido a mi cuerpo, como si cada centímetro de mi cuerpo hubiera estado creciendo y preparándose sólo para vivir ese beso. Fue un destello físico y emocional, una luz que iluminó mi propia realidad, que me hizo ser consciente de esa realidad física que yo a veces rechazaba, y en la que me sentí a gusto por primera vez en muchos meses.


Yo no estaba pasando por una buena temporada, y es posible que me sintiera más sensible. Pero todavía hoy , mejoradas ya tantas cosas, me alienta y anima el dulce recuerdo de ese beso.
No volví a ver a Meriem ni a saber de ella, hasta que, ayer mismo, entró en el bar el mismo pequeño que iba con ella entonces, y me contó de su muerte estrangulada.
No aceptó un refresco porque su abuelo estaba fuera, en unos tres minutos le sobró tiempo para darme esa noticia, además de la carta que su madre había escrito un año antes.

Gracias a ella aprendí que de repente es posible vivir un sueño. Aunque sólo durara unos segundos y hoy no sea más que el recuerdo, frío ya, de un gesto sempiterno de despedida.
Alcanzamos en nuestro inconsciente el último fulgor de nuestra esperanza casi extinta, y esa luz quedó en mí como una pequeña hoguera en la que todavía hallo calor cuando lo necesito. Es un faro que aleja la oscuridad en noches en que pierdo la esperanza, y me ayuda a mantener el rumbo de mis sueños.
Las emociones que sentí aquella tarde ya se habrán evaporado invisibles, y ahora mis pesadillas son el temor de sus propios miedos, pero aún así, mientras dure mi eternidad, habré sido feliz.

15 de febrero de 2010

Sentir



Hay cosas que no se preguntan.
En la medida en que te paras a pensar la respuesta, dirás lo que piensas y no lo que sientes. Y no siempre es lo mismo.
Porque a veces sentimos algo que ni pensamos, y a veces pensamos lo que no sentimos.
Hay emociones que no se piensan, sólo hay que sentirlas.









Además, prestando atención, ya sabemos la respuesta a esas preguntas que no hacemos.




12 de febrero de 2010

El sitio de los sitios






"mi afán de sobrevivencia moral me fuerza a tomar partido por la dignidad. Sin romanticismo ninguno, sólo para entroncar con lo que fue desmochado en la infancia, volveré a orillas del Milyaka. Allí pereceré o ajustaré definitivamente las cuentas a mi enemigo mortal"

Juan Goytisolo, quince años después.





Kad' na te pomislim
Cuando pienso en ti
Bojim se da te opet zavolim
Tengo miedo de amarte otra vez
U modre usne zarijem zube
Aprieto mis dientes sobre mis labios azules
Da pravu bol zaboravim
Para olvidar el dolor real

Lane moje, ovih dana
Mi dulce corazón, estos días
Više i ne tugujem
No quiero volver a sentir el dolor
Pitam samo da l' si sama
Sólo me pregunto si estás sola
Ljude koje ne čujem
a gente a la que no puedo oir

Lane moje, noćas kreni
Mi dulce corazón, vete esta noche
Nije važno bilo s kim
No me importa con quién,
Nađi nekog nalik meni
Encuentra a alguien que me reemplaze
Da te barem ne volim
Así no seré yo quien te ame

(Nek' neko drugi usne ti ljubi)
(Puede que alguien más bese tus labios)
(Da tebe lakše prebolim)
Y así podré superarlo fácilmente


Lane moje, ovih dana
Mi dulce corazón, estos días
Više i ne tugujem
No quiero volver a sentir el dolor
Pitam samo da l' si sama
Sólo me pregunto si estás sola
Ljude koje ne čujem
a gente a la que no puedo oir

Lane moje, noćas kreni
Mi dulce corazón, vete esta noche
Nije važno bilo s kim
No me importa con quién,
Nađi nekog nalik meni
Encuentra a alguien que me reemplaze


Da te barem ne volim
Así no seré yo quien te ame
Da te više ne volim
Así ya nunca te amaré.

29 de enero de 2010

La estatura interior




...Si no te importa adónde vas, puedes elegir cualquier camino. Siempre se llega a alguna parte si se camina lo bastante...







Todos cambiamos. Unas veces en cuestión de tamaño como Alicia, otras veces en cuanto a ideas. Altura, peso, voluntad o personalidad nos hacen ser como somos. Si cambian esas circunstancias, cambiamos nosotros, está claro.



Pero ¿y si el cambio es tan rápido que ni nosotros lo asimilamos? Pues terminamos como Alicia, sin saber quiénes somos por haber cambiado tantas veces en una misma mañana, confusos, a veces asustados...









Supongo que la clave para no tener miedo consiste en hallar algo estable que nos dé cierto peso ante tantos cambios imprevisibles.

No, no es el tamaño lo que importa, es otro tipo de magnitud la que va forjando quiénes somos, y va por dentro. Es la estatura interior la que debemos tener clara. Lo demás irá cambiando poco a poco, y nos irá haciendo cambiar a nosotros, pero siempre habrá un propósito para todo, la vida que nos moldea. Nos hace grandes a veces y otras nos sentimos pequeños. Habrá muchos momentos de los que te tumban de un golpe y unos cuantos de los que te hacen volar. Vivimos, y aprendemos. Si todo forma parte del camino, todo sirve para seguir caminando.









¿Y adónde ir?

Si no te importa adónde vas, puedes elegir cualquier camino. Siempre se llega a alguna parte si se camina lo bastante. En realidad se necesita tan poco para acortar cualquier distancia... Y acortando las distancias se estrechan más los lazos que te ligan a cualquier lugar. Sin hacer mucho caso de las apariencias, con apenas cuatro cosillas claras para no dejar al azar quién eres, y sin pensar demasiado en planificaciones cuidadosas. Total, aquí todos estamos locos.