22 de agosto de 2009

En la cola del Inem







Hago el mismo camino a pie cada mañana desde mi coche hasta la oficina, los mismos pasos cada día, ayer viernes con una pequeña novedad, porque al llegar a la puerta principal no pude entrar de frente, un barrendero había colocado su carro en un hueco existente entre coche y coche y yo tuve que pasar por detrás. No nos gusta mucho pasar entre la gente, algunos llevan un par de horas esperando a que lleguemos, y en el mejor de los casos pasará otra hora más hasta que les atendamos, por ello generalmente no suelen estar de muy buen humor. Lo más práctico es entrar medio distraído, desentenderse y no ser muy efusivo en los saludos. De hecho ya nadie saluda. Casi nadie. Aunque me cuesta todavía no mirar a quien me mira y sostener su mirada en un simple saludo.

- Buenos días. – Me miraba sonriente una chica casi junto a la puerta , lo mínimo era saludar. Imitar lo que hacen los demás es una buena forma de relacionarse.

- Buenos días. No nos conocemos, ¿verdad? – Me preguntó desde su sitio

- No es necesario conocerse para saludarse, ¿no? Al contrario, hay que saludarse para comenzar a conocerse.

- Sólo te lo decía porque me resultas familiar. No sé si es porque me suenas de algo o porque me inspiras confianza. ¿Y yo a ti?

- ¿Quée? – Eran las ocho menos cinco de la mañana, yo tampoco estaba muy despierto. No veía claro si me preguntaba si la conocía de algo o si me inspiraba confianza...

- Que si crees que podrías confiar en mí.






Pensé un segundo. Varios segundos. Demasiados, imagino. Primero conseguí entender la pregunta. Si me dijo que le inspiraba confianza quería saber si ella me inspiraba la misma confianza. Normal, me dije. Hasta ahí bien. Tendría que ser capaz a estas alturas de zanjar una charla típica con expresiones usuales. Pero no sirvo para adaptarme a las frases hechas de los demás. A la pregunta de si confiaba en ella, lo normal habría sido una respuesta rápida y obvia: "Claro que puedo confiar en tí, sin duda". Pero mentiría. Si apenas confío en mí y me conozco de toda la vida, cómo voy a decirle a una persona desconocida que confío en ella. Mientras, sonreía en silencio y seguía sin contestar.


- ¡No me lo puedo creer!, - me dijo, más bien divertida pese a la exclamación - ¿de verdad te lo estás pensando?... Tú mismo...

- No es eso..., - no sé si la interrumpí-, es que si quiero ser sincero no te puedo decir que sí, si quiero ser amable no te puedo decir que no, y para dar más explicaciones no parece el mejor momento.

- Si piensas en ser sincero es que no lo eres. Ya has respondido, no te inspiro confianza. Tú te lo pierdes.

- ¿Pierdo tu confianza? - Respondí o pregungé entre risas, bastante divertido.

- Y la tuya. Está comprobado que nuestra confianza crece cuando se deposita en otros.

- ¿Me estás diciendo que si no confío en ti tu confianza no crecerá?

- Y si lo haces la tuya crecerá también. Estas cosas funcionan mejor cuando son recíprocas. Y cualquier ocasión es buena.Los momentos no se eligen, sólo hay que aprovecharlos.

- Pero entonces, si es verdad que te inspiro confianza, mi propia confianza tendrá que crecer de un momento a otro.

- Verás como sí. Si luego me atiendes tú, a lo mejor me das otra respuesta....

















Y ahí quedó la cosa, salvo un pequeño detalle:
Todo lo escrito hasta ahora es mentira. No entiendo cómo mi compañera de trabajo se tragó esta historia que acabo de escribir. La improvisé mientras se la contaba para intentar ilusionarla un poco. Nada más entrar a trabajar nos pusimos a buscar expedientes a los que les faltaba documentación, los dos encerrados en el Archivo,  y ella estaba medio deprimida, cansada de trabajar en un sitio tan feo donde nunca pasaba nada bueno.

- Si al menos una vez pasara algo bonito...

- Pues mira lo que me ha pasado a mí esta mañana, para que veas que hasta en la cola del Inem pueden pasar cosas buenas...

Y así fue como me inventé la charla sobre la confianza, para demostrarle que de vez en cuando suceden cosas imprevistas que nos alegran el día.
Que antes de llegar acabara de escuchar en la cinta del coche “Mi confianza” de Luz Casal seguro que fue determinante para inventarme esa charla. Cuando la oigo siempre vuelvo a las noches de hace algunos años, escuchando Océano Pacífico. Y rememorar aquellos tiempos me hace sentir bien. Estaba casi seguro de que sería un buen día.


No reparé en un pequeño fleco que dejé suelto y en el que no caí hasta que mi amiga me preguntó:

- ¿Y qué número tiene?

Se refería al número con el que la chica inventada iba a ser atendida. Lógico; le había dicho que todo eso había sucedido con una muchacha que esperaba en la cola para entrar. Era normal que pensara en una persona de carne y hueso con un número real, y en la posibilidad de poder verla en unos minutos. A los que tenemos un exceso de imaginación nos basta con la ficción y no precisamos ubicarla en el mundo real para creérnosla. Casi todos los demás necesitan ver para creer. Mi amiga del trabajo forma parte de estos últimos, y necesitaba ver en persona a la protagonista de la historia. Protagonista que no existía más que en mi imaginación. Me había pillado, pero no me podía rendir al primer intento: reconocer que todo había sido una invención para animarla habría sido muy descorazonador.

- El F23, creo.


Afortunadamente a primera hora de la mañana hacemos fotocopias del listado de las citas previas que tenemos para ese día, y colocamos una copia sobre cada mesa. Miré instintivamente ese número porque siempre me hace pensar en una buena amiga, y el f23 era un nombre de mujer. Escuché mi propia voz poco creíble, indeciso, algo nervioso, pero creo que no se me notó. Mi amiga sonrió como hacía tiempo no la había visto, era evidente que estaba a la expectativa. Decir el número fue como materializar la fantasía en el mundo real. Yo también me sentí genial, como un director de cine cuando ve terminada su película; estaba creando en la realidad algo completamente inventado. Me duró poco aquella satisfacción ; al instante siguiente ya era consciente de mi metedura de pata. Un poco después nos sentamos cada cual en su mesa. Ella sonriente y satisfecha, expectante por ver cómo continuaría la historia. Yo medio avergonzado, sabiendo que terminaría dándose cuenta del engaño, e imaginando el desenlace. Pero no todo estaba perdido.

Pensé que quizá el número en cuestión podría pasar desapercibido. Con hacerme el distraído bastaría. Sólo miraría directamente a las personas que me tocara atender, sin fijarme en nadie más, y tal vez la mujer con el número 23 entrara y saliera sin que mi compañera ni yo mismo nos diéramos cuenta. Sólo quedaba cruzar los dedos y que el 23 no me tocara a mí. Ni a ella. Y que dentro de lo que cabe la mujer que llevara ese número se ajustara un poco a la chica inventada, al menos en edad y carácter. En menudo jardín me había metido yo solo...

Cada dos o tres números mi amiga alzaba su mirada hacia mí, radiante. Aunque parezca increíble, me contagió su ilusión y comenzé a creerme mi propia mentira. Yo mismo deseaba que apareciera la chica del número 23. Y a la vez deseaba que no apareciera nadie. De no venir la mujer que pidió la cita tendría una salida digna a aquella historia, pondría cara de circunstancias y le diría a mi amiga que al final prefirió no entrar y dar por zanjada la charla. Un desenlace triste, pero real.







Llegó el momento. Las nueve y cuarenta y cinco. Había terminado con el F21 y un compañero en la mesa de al lado llamaba por segunda vez al F22. A uno de nosotros dos nos tocaría el siguiente. Para mi desánimo mi amiga estaba pendiente, incitándome con las cejas alzadas y gestos de prisa para que nadie me arrebatara aquel número. "Hace falta ser imbécil para verse en esta situación", pensé. Tecleé 61A NEXT --> F23. La suerte estaba echada.

Noté los latidos de mi corazón en la garganta, pendiente de todas las mujeres que aguardaban su turno. No respiré hasta que no la vi acercarse. Los astros estaban de mi lado. La dueña del número 23 era una muchacha morena, de aspecto desenfadado, que rondaría los treinta años. Perfecto, sonreí aliviado. Ella también sonrió mientras se sentaba, supongo que extrañada por un recibimiento tan jovial, no muy común entre los funcionarios.

Como mi amiga estaba sentada en la parte opuesta de la oficina, frente a mi mesa, le sería imposible escuchar lo que hablábamos, y tampoco podía ver la cara de ella, sólo la mía charlando alegremente. Dentro de lo que te permite una charla cuyo objeto es el subsidio por cotización insuficiente para prestación. Lo que importa es que eso me daba carta blanca para inventarme cualquier historia sobre lo que habíamos estado hablando, aunque no tendría mucho tiempo. Vendría enseguida nada más dejar de atender para preguntarme en qué habíamos quedado.

Me había relajado tanto tras la tensión anterior que me sentía con la cabeza en las nubes, dichoso y ajeno a cualquier contratiempo.
Recogida la solicitud y los documentos me di cuenta de que mi amiga no estaba en su mesa. Miré alrededor en su busca y la vi hablando con otra compañera, ambas de pie junto a una mesa que quedaba a mi derecha, mirando en mi dirección. O más bien en la dirección de la chica a la que atendía. Me sentí avergonzado, no me hacía falta oírlas para saber de qué estaban hablando. Y con tan poca distancia ya no me quedaba margen para inventar nada. Por nuestra actitud y nuestros gestos se veía que no estábamos manteniendo ninguna charla interesante, más allá de la rutina diaria. O me lanzaba o me pillaban....

- "¿Te puedo pedir un favor?" - Le pregunté a la chica de carne y hueso a la que estaba a punto de hacer partícipe de mi secreto.- "Te prometo que no estoy tan loco como te va a parecer cuando te lo cuente"....

No quise darme por vencido. Y de repente me ví a mí mismo contándole la conversación que supuestamente habíamos mantenido un rato antes. Le expliqué que pretendía animar a mi compañera contándole algo bonito, así fue como le conté la charla inventada sobre la confianza, su confianza en mí, su pregunta de si yo confiaba en ella, mi incapacidad para darle una respuesta sincera... Y todo ello para hacerle ver que en el momento más inesperado podía suceder algo que te alegrara la vida.

Miró hacia mis dos compañeras, que no le quitaban la vista de encima, aquello sirvió para corroborar que no mentía. Por extraño que parezca, todo era verdad. Habíamos generado una química especial, ella no había dejado de sonreír durante toda la historia, afirmando a cada frase inventada que habría dicho lo mismo, y visto desde fuera cualquiera se habría creído que un rato antes habíamos mantenido esa misma charla de verdad. Incluso yo mismo, aunque suene a chiste, había materializado esa charla ficticia en mi cabeza y me sentía con confianza para decirle cualquier cosa, creo que nunca he hablado con nadie teniendo tantas ideas queriendo salir de mi cabeza.

Cuando se puso de pie y se acercó hacia mí para decirme algo yo ya veía venir el desenlace, y quería y no quería, pues desde hace mucho tiempo me asusta volar. Pero como ella misma había dicho un rato antes en mi imaginación los momentos no se eligen, se aprovechan.

- "Y ahora...", - me preguntó-, "¿quieres confiar en mí?"

2 comentarios:

  1. Cuidado con lo que uno imagina, es susceptible de ser cumplido.
    ¿No?
    Digo, si, claro.

    A veces he confiado en personas que tenían todas las cartas para no ser confiables, y el resultado ha sido muchísimo más satisfactorio del que a priori pensaba.
    Todos somos yo, primero, pero nos parecemos tanto a "nosotros" en lo fundamental, que pienso firmemente que siempre es mejor el placer de confiar al dolor de la decepción.

    Bueno, un rollito que te he metido.

    Y la pregunta es:

    ¿Confiamos en nosotros mismos?

    ResponderEliminar
  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar