5 de marzo de 2010

Incertidumbre

Cuando la incertidumbre me muerde el estómago por el miedo a vivir situaciones desconocidas, me gusta perderme entre las páginas de algún libro viejo. Ya lo hacía de niño con los libros que había en casa sin ni siquiera entender lo que estaba leyendo. Mi familia me ha contado varias veces que no había cumplido dos años cuando murió mi abuela, en la casa de al lado, y yo me puse en la cama de mis padres a trastear un tomo de una enciclopedia antigua que ni ellos mismos habían consultado nunca.

Cada vez que comenzaba un curso nuevo, la noche anterior al primer día de escuela siempre me quedaba en vela pensando en la historia que leía. Incluso sigo dudando ahora en noches como ésa si realmente me llego a quedar dormido, o me muevo entre sueños por un mundo intermedio hasta que amanece. Sólo sé que me termino durmiendo porque a la mañana siguiente despierto, como una tormenta nocturna de la que sólo te enteras cuando ya de día ves las calles mojadas. El sueño es para mí en esas ocasiones como esa lluvia ignorada a la que permaneces ajeno.

No es realmente miedo, es más bien el deseo de que el tiempo pase rápido y tener al fin claridad para comprender lo que ha pasado, lo que aún no sabes que va a pasar. Dilucidar entre varias opciones sin tener ninguna posibilidad de conocer de antemano cuál será la correcta, elegir una alternativa, vivir. Arriesgarse o continuar, intentarlo una vez más o adaptarse y huir como diría el personaje de Meryl Streep...

Lo mismo es el temor a equivocarme lo que me genera esa ansiedad que sólo me calma algún libro. Pese a que los años te van convirtiendo en una persona cada vez más sensata, hay días en que me sigo sintiendo desubicado, sobre todo en días de viento como éste. Nunca he dado nada por seguro, y eso ha hecho que sea un hombre de pocas certezas, casi ninguna... Pero cuando el viento sopla tan fuerte como hoy necesito sentirme pesado, seguro, incapaz de irme volando... Y no encuentro en ninguna parte ese peso vital que me ate a tierra, esa gravedad necesaria para seguir en mi lugar, algo que me dé aplomo, confianza, entereza.

Alguna certeza, por intrascendente que sea; fe en alguna cosa, aunque no sea más que una fe literaria, casi tan irreal como mi propia esperanza. A todo eso, en líneas generales, le llamo incertidumbre. Y lo he sentido desde siempre, de una forma inconsciente, y desde siempre he encontrado un refugio en los libros. De niño no lo sabía, claro. Es ahora cuando puedo describirlo con palabras.

Y es por éso que hoy he vuelto a leer La destrucción o el amor, de Vicente Aleixandre. En una edición tan antigua que casi se deshacen las páginas mientras las paso entre mis dedos. Y entre sus poemas respiro la calma de nuevo, recupero el aliento, el ánimo, el coraje, y cierto convencimiento de estar viviendo mi vida más o menos como quiero...

Como en un círculo perfecto, al recuperar mi energía me vuelvo a vaciar de certezas libre ya de miedos para comenzar desde cero.

Hoy que La destrucción o el amor ha servido para calmar mi incertidumbre, tal vez publique después una entrada con un poema global compuesto por estrofas distintas de todos los poemas que componen el libro...a modo de homenaje por el primer año de este blog, recopilando este botiquín personal de opiáceos de andar por casa.

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