12 de abril de 2010

Árboles hombres




Ayer tarde,

volvía yo con las nubes

que entraban bajos rosales

(grande ternura redonda)

entre los troncos constantes.


La soledad era eterna

y el silencio inacabable.

Me detuve como un árbol

y oí hablar a los árboles.

El pájaro solo huía

de tan secreto paraje,

sólo yo podía estar

entre las rosas finales.

Yo no quería volver en mí, por miedo de darles

disgusto de árbol distinto

a los árboles iguales.

Los árboles se olvidaron,

de mi forma de hombre errante,

y, con mi forma olvidada,

oía hablar a los árboles.


Me retardé hasta la estrella.


En vuelo de luz suave,

fuí saliéndome a la orilla,

con la luna ya en el aire.

Cuando yo ya me salía,

vi a los árboles mirarme.

Se daban cuenta de todo

y me apenaba dejarles.

Y yo los oía hablar,

entre el nublado de nácares,

con blando rumor, de mí.


Y ¿cómo desengañarles?

¿Cómo decirles que no,

que yo era sólo el pasante,

que no me hablaran a mí?

No quería traicionarles.

Y ya muy tarde, ayer tarde,

oí hablarme a los árboles.


Juan Ramón Jiménez

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