26 de julio de 2009

La última noche de la libélula




Sí, amanece como cualquier otro día, el mundo parece que sigue siendo el mismo para todos los que lo habitamos, sin embargo no existe ya el tiempo para ella, se acabaron las horas de su vida.
Debe ser fugaz la existencia de una libélula, no tan breve como un relámpago, pero imagino que casi igual de intensa que su luz. No, no es una metáfora, o no lo pretendo al menos. No es casual que piense en los relámpagos cuando pienso en ella, en la última noche de esta libélula de la que os voy a hablar.

Y no porque hubiera tormenta, claro, al contrario, esta noche pasada en que se despidió agosto ha sido muy calurosa. Sino porque su última luz prendió en mí una chispa fulgurante que iluminó mi conciencia dormida un instante, y sólo al despertar escuché el atronador estruendo que todo rayo conlleva, aun pese a tratarse de un trueno silencioso y emocional que me hizo recordar la luz del rayo soñado.

Tal vez no resulte fácil de entender ahora, comprendereís ésto más tarde, cuando lo repita al final de esta historia que quiero dejar por escrito, para en cierta medida dar sentido a ese último fulgor de la libélula que, anoche, quiso compartir su última noche conmigo.

Hasta ayer mismo ignoraba cualquier cosa sobre las libélulas, salvo que son insectos que vuelan, e incluso siempre les había tenido algo de miedo, aunque lo cierto es que no conozco a nadie que alguna vez haya sido dañado por ellas, no debemos gustarle mucho los humanos, a mí desde luego ellas tampoco me han gustado, siempre he sentido una obvia aversión hacia los insectos en general, y digo aversión por no decir repugnancia; sus grandes ojos, el abdomen alargado, el cuerpo frágil, su vuelo frenético y constante, casi violento..., sé que hay a quienes les resultan fascinantes, y las consideran incluso bellas: no es mi caso, me parecen lo opuesto a la belleza, nunca he conseguido entender el encanto que pueda suscitar un animal que se alimenta de moscas, mosquitos y polillas.

Es curioso que hasta hace unos días no tuviera una conciencia clara de lo que es una libélula. Pero bueno, ellas mismas tampoco deben tenerla, salvo en ese último segundo, o en el segundo siguiente al último, cuando ya dejan de ser; en ese instante final en el que la conciencia de haber sido no tiene retorno, su naturaleza les confiere una lucidez casi humana.

No se sabe que nunca nadie lo haya investigado, y si alguna vez alguien lo supo no quiso compartirlo, desde luego ése no va a ser mi caso. Yo he sido testigo de la última noche de una libélula que quiso dejar de existir a mi lado. Estaba dormido, es cierto, o tal vez precisamente por ello. No puedo asegurarlo, no puedo describirlo, pero puedo saberlo, es uno de estos secretos universales que se te quedan en la piel cuando al fin logras descubrirlos, da igual que a veces sea el azar el que los pone al descubierto, yo en este caso no creo que haya sido una cuestión fortuita del destino... Que nadie espere de mí una explicación científica, o se llegue a sentir engañado por la ausencia de tales explicaciones. Yo sólo puedo relatar un hecho, las razones por las que yo lo conociera me son desconocidas. Quizás las coordenadas del espacio y el tiempo en el sueño humano coincidan en alguna dimensión emocional, o psíquica, con las coordenadas de las libélulas en ese último instante de clarividencia, y de alguna manera al haber compartido ambos cuerpos, el suyo y el mío, una coordenada exacta en una misma dimensión, su recuerdo, o el recuerdo de lo vivido por ella, quedó en mí pese a que ella dejara de existir. No es una explicación convincente, intento explicármelo a mí mismo y no lo consigo, no pretendo convencer a nadie, simplemente voy a relatarlo, como digo. Es posible que alguien lea esto y conozca de alguna razón que explique cómo pudo ocurrir.

Durante los momentos previos a ese último destello de lucidez, gozan, al igual que todos los seres y las cosas de nuestra dimensión, de una especial intuición que les hace ver más allá, algo así como una comprensión global del mundo en que vivimos, de nuestro mundo y de nuestra vida, de una continuidad de vida que no termina en el punto final de su vida, de la pertenencia al sistema ordenado y lógico que los humanos llamamos naturaleza.
No es una resignación a la inexistencia, a nadie se le ocurriría decir que las libélulas se resignan, aceptan la idea de no ser, o que las libélulas o los humanos o los seres o las cosas que conocemos aceptan plácidamente el final de su existencia, bueno, en el caso de los humanos sí habrá muchos con tal ocurrencia... pertenecemos a un género con individuos capaces de todo. Pero yo quería decir todo lo contrario, no es una entrega, o renuncia, voluntaria de sí mismas, no es tolerancia o conformidad con lo que les venga, sino reconocimiento y preparación hacia donde van. De ahí que lo considere una lucidez casi humana, algunos pueden llamarlo intuición, percepción, presentimiento, otros discernimiento, comprensión, entendimiento...el nombre de las cosas no altera lo que las cosas son, puro formalismo nominal, creo que queda claro lo que intento explicar. Es como si ellas mismas se lanzaran a una vida mayor y más compleja para la que ya están preparadas, en la cual se colocan como una pieza diminuta en un puzzle inabarcable e inacabable, pues siempre está creciendo.


Pero como estoy diciendo, esa sabiduría natural sólo se obtiene en el instante final, en el instante siguiente al final, para cuyo momento las libélulas intuitivamente se preparan durante los momentos previos. No sé si realmente ello es una especialidad de las libélulas, puede que no lo sea, desconozco por motivos evidentes si algo parecido nos ocurre a los humanos. Quizá alguien lo haya sabido de alguna forma similar a la mía, yo lo supe porque dormía cuando esta libélula de la que hablo terminó su vida en mi cama, y compartimos ese preciso instante de iluminación, ese resplandor fugaz, éste sí más breve incluso que un relámpago. No habría tenido más importancia que la que tienen los sueños, y habría sido apenas un recuerdo vagando por mi inconsciente, si no hubiera encontrado esta mañana al despertar su pequeño cuerpo inerte sobre mis sábanas. No fui consciente de ese lúcido destello dado que soñaba, pero ver su cuerpo ha sido para mí como el trueno que da presencia al rayo cuando el rayo ya ha pasado.

Sé que me repito, supongo que no tengo las ideas muy claras y me vienen a la cabeza desordenadas cuando intento ponerlas por escrito. Es como si todo lo que vió, lo que sintió, lo que supo durante aquellos últimos momentos, pasara a formar parte de mi propia experiencia; sí, suena raro, incluso para mí mismo mientras lo estoy escribiendo, decir que en mi sueño percibí todo lo que ella vivió, pero es exactamente lo que ocurrió. Y creo que ella quiso que así fuera.
Al principio no me percaté de su presencia, aun no debía ser muy tarde, yo leía en mi cuarto terminando el penúltimo relato de un libro de narraciones breves, bueno, de hecho el relato en sí ya lo había terminado y estaba releyendo de nuevo algunas de sus páginas, tenía la tele encendida, no veía nada especial, si es que puede verse algo especial en televisión durante estos días de verano, aparte de algún que otro anuncio interesante, que ni siquiera llama la atención entre la masiva concurrencia publicitaria. Decidí apagarla y encender la radio, me gusta dormirme escuchando canciones, y desde luego son mucho más reconfortantes. Mas no tenía sueño aún.
Justo en ese momento, al dar por concluida mi lectura e ir a apagar la lámpara de pie bajo cuya luz leía, me llevé un pequeño susto por la presencia de la libélula alrededor de la bombilla. En la tranquilidad nocturna de mi habitación supuso un leve sobresalto su vuelo nervioso y recién descubierto. Y ya dije antes que siempre me han dado algo de miedo. Tal vez por la lectura hasta ese momento me había pasado desapercibida, hay tantas cosas a nuestro alrededor de la que no nos damos cuenta por estar entretenidos en otras, pequeños milagros cotidianos que se nos escapan precisamente por esa cotidianeidad, lo que nos resulta habitual nunca llama nuestra atención.


Es aquí donde comienza esta doble dimensión en la que viví, y de la que no he sido consciente sino hasta esta mañana. Porque en mi recuerdo está lo que yo viví y lo que fue vivido por ella desde este instante.
Como casi todo lo que suena complicado al intentar definirse o ser explicado, ésto se entiende bastante bien con ejemplos concretos. Así yo recuerdo perfectamente a la libélula bajo la tulipa de mi lámpara, y a la vez conozco el calor de la bombilla sobre su piel. Incluso puedo sentir ese calor en mí mismo si cierro los ojos y me concentro en ese lapso de tiempo. Noto cómo va entrando en mí una atracción casi suicida ante un precipicio de fuego, un volcán inverso de calor cuya lava es luz hacia abajo, y sin embargo es placentero estar ahí, un instante detenido en el vacío del abismo, atado al mundo por la invisible fuerza de esa protección solar, sin caer, casi sin existir, ajeno a cualquier otra cosa distinta del ardor que me absorbe, la atmósfera expansiva y sofocante en la que penetro, en la que me fundo, para que todo forme parte, yo incluido, de un mismo fuego.
Imagináos a plena luz del día desnudos bajo un sol radiante, y sentid cómo se va acercando a vuestros cuerpos hasta casi abrasaros, una caricia cada vez más ardiente y dolorosa, que a un mismo tiempo os estampa contra el suelo y os eleva hacia el calor de este volcán inverso al que me refiero, y en su lava permanecemos quietos, casi sumergidos en un océano de fuego. Así me estoy sintiendo ahora, ésa es la sensación que tengo en mi interior, sin haberla experimentado en mi propio cuerpo.
Espero que tras el ejemplo tengáis una idea más clara de lo que intento precisar. Al apagar la lámpara de pie, la libélula inició un vuelo aun más agitado e inquieto, y algo torpe, por toda la habitación, y ahora lo comprendo perfectamente, pues la arranqué con brusquedad de ese precipicio de luz en el que ella estaba, que de forma violenta se tornó en oscuridad. Si teneís aún en vuestra mente la sensación imaginada ahora mismo de caricia solar, pensad que de repente llega una noche inesperada, y caéis en un agujero negro todo gélido y sombrío. Incluso a mí mismo me duele como un escalofrío en el alma.
Soy algo exagerado, es cierto. De todas formas la luz se hizo, de nuevo. No tardó más que unos pocos segundos en volver a instalarse en la lámpara del techo, definitivamente debe ser invencible la fuerza de esa atracción. La lámpara de mi cuarto es de cristal naranja oscuro e hierro forjado con forma de tulipán, redonda y casi cerrada salvo por una pequeña abertura abajo por la que sale un rayo de luz que ilumina la habitación. Huelga decir que por ahí entró ella a un nuevo paraíso de luz, cerrado, redondo, caliente y anaranjado, el colmo del placer para una libélula.


Con la impresión que me dio ver a la libélula olvidé encender la radio, y en su lugar encendí el ordenador. Es curiosa la forma de trabajar que a veces tiene nuestro cerebro. Cuando apagué la tele y puse el libro sobre la mesita, me levanté con la intención de encender la radio, sólo es pulsar un botón, y pulsé un botón, totalmente distinto pero botón al fin y al cabo, nadie podría decir que el mensaje de mi cerebro no se cumplió. A la orden de encender, encendí. No hay que ser muy exigentes con nosotros mismos, que el aparato encendido fuera distinto al pensado inicialmente tal vez sea pedir demasiado cuando uno empieza a sentirse cansado en una noche calurosa de agosto.
Las posibilidades de ocio nocturno de un ordenador con casi infinitas, aunque yo puede que sea algo convencional en este aspecto porque me decidí por charlar con algunos amigos antes de irme a dormir, y me desentendí mientras tanto de la libélula.
Antes de ello, probé a darle unos golpecitos al cristal de la lámpara por ver si salía, la ventana estaba abierta y yo esperaba que tarde o temprano se marchara. Si yo fuera un animal con alas no dudaría en pasar la noche fuera, bajo el cielo andaluz, libre y fresco, antes que encerrado tras un cristal. La alternativa ni siquiera se puede plantear, y sin embargo ahí estaba ella, haciéndome compañía.
Aunque ahora que lo pienso, lo cierto es que podríamos decir que somos animales libres, y aun así muchos preferimos quedarnos encerrados en nuestros refugios, entre máquinas y papeles, a salir al aire frío de la madrugada; curiosos seres, nosotros, los humanos. No debemos ser tan distintos libélulas y humanos.


El caso es que desistí de hacerla salir, y me senté como he dicho frente al ordenador. Total, conmigo estaría segura, no tenía ningún interes en tocarla o cazarla, desde luego no iba a matarla, e incluso si pudiera elegir habría preferido no verla.
Me había olvidado ya de ella, centrado en la charla con un par de amigos, cuando de repente la ví en la ventana, por un momento pensé que se alejaría y la perdería de vista, y en cierto modo la echaría de menos. Revoloteaba veloz fuera y dentro de la casa a través de la ventana abierta. No me extraña que necesitara tomar el fresco, cualquiera puede pensar que el calor de agosto sumado al de la bombilla derritiría a aquel pequeño cuerpo tan frágil, mas no, su presencia negaba las leyes físicas de nuestra lógica, más dentro que fuera de mi habitación, y viceversa.
Pese a que podría hacerlo, no quiero revivir la sensación de estar volando frente a mi ventana. Yo, como la mayoría de los humanos conocidos, no tengo posibilidad fisiológica de volar, parecería una marioneta, con cuerdas que me sostuvieran en lugar de alas. Más allá de éso, es mi miedo a las alturas el que me impide pensar en esa sensación, me produce un gran vértigo sentirme colgando en el aire. Sé que no es mi experiencia, no lo he vivido, pero pensar en ello es revivirlo con las percepciones que en ese momento vivió esta libélula. Y no quiero hacerlo. Pido disculpas. Quedaría muy romántico este relato si dijera que salgo volando por mi ventana para respirar el aire fresco de la noche, pero no sería real. Entre otras cosas porque el aire no era fresco, sino templado, pegajoso y húmedo, las libélulas deben ser de las pocas valientes que se atreven a volar en tales condiciones, y sobre todo porque conozco mis limitaciones, o algunas de ellas. La naturaleza es sabia y nosotros también tenemos nuestros límites, aunque en nuestra propia naturaleza está el obviarlos y no ser muy conscientes de ellos, algo esencial que nos ha permitido ir superando muchos de ellos.


Cuando se cansó de andar de un lado a otro, es un decir humano, claro, las libélulas no andan, se quedó entretenida entre las flores rojas de un geranio que hay en la ventana. Se podría decir que buscaba un descanso entre tanto vuelo, y mentiría quien lo dijera. Ni entonces se la veía relajada, todos sus gestos eran presurosos, ágiles y agitados; la placidez es un concepto que no existe en el mundo de las libélulas. Era bonito verla, la verdad. La tenue luz anaranjada que salía de mi cuarto daba a su cuerpo una tonalidad entre verdosa y azulada, como una flor diminuta y veloz en torno a las flores rojas del geranio.
No es una experiencia relajante presisamente, al contrario, verla tan sólo un par de minutos puede ser muy estresante. Pero no hay duda de que era una imagen, cuanto menos, bella. Es extraño, una libélula entre las flores no es algo que parezca singular, se puede considerar incluso común, y sin embargo yo nunca la había visto. O bien, si es que había podido ocurrir delante de mis ojos alguna vez, no me había detenido a verlo. Habrá muchas personas que entiendan bien lo que digo, de hecho creo que estoy insistiendo sobre la idea de la que hablaba antes al referirme a los milagros cotidianos a los que no damos importancia. Y éste es uno de ellos. Damos por hecho tantas cosas que ya ni nos percatamos de ellas cuando suceden a nuestro lado. Y hoy en día donde todo en nuestro mundo se mueve con prisa, es difícil tomarse un minuto en el camino para reparar en la belleza de cuanto nos rodea. Parece que siempre han estado ahí, y lo seguirán estando, ajenas a nuestras miradas.
Al menos ahora seguro que la próxima vez que veáis una libélula no os pasará desapercibida, espero.


Supongo, bueno, como humano conocedor de la experiencia de este animal debería decir que sé. Sé que estaba echando de menos ese calor intenso sobre su cuerpo, y ni que decir tiene que volvió a buscar cobijo en el interior de mi lámpara. Pero no estaba cómoda, salía y entraba y salía una y otra vez como hacía antes en la ventana. Me pregunté, entonces, pues ahora ya conozco la respuesta, si estaría más nerviosa de lo que es normal para una libélula. No es por el hecho de que se sintiera observada por mi mirada espectadora de sus gestos, vamos, lo pensé, y me habría gustado darle ese rasgo poético, pero no era éso, sino seguramente la proximidad del fin de su vida, la búsqueda del sitio adecuado donde dejarse salir del mundo, el propósito, si se puede llamar propósito a lo que aun no tiene una intención consciente, de hacerme partícipe de su última experiencia.
En cualquier caso, no se terminó de decidir por quedarse un rato en la lámpara, y no tardó en ponerse a revolotear alrededor de la pantalla del ordenador. Parecía que se había propuesto como objetivo el pasar del mundo real al mundo virtual, y de ahí esa insistencia en estrellarse contra la pantalla encendida. Si al menos hubiera tenido un fondo verde naturaleza o azul cielo lo habría comprendido, pero en ese momento no tenía más que ventanitas abiertas de fondo blanco que no debían tener el más mínimo atractivo para una libélula, a no ser que su única intención fuera llamar mi atención y desentenderme del ordenador, y en este caso hacía ya tiempo que lo había conseguido.

Estaba ya cansado de veras, aunque no exactamente con sueño, era mi cuerpo el que me pedía descanso, y apagué el ordenador casi sin tiempo para despedirme en las charlas que tenía abiertas. Tenía la necesidad de acostarme, pero sin embargo no de dormirme. No lo explico con claridad porque nunca hasta ahora me había ocurrido. Un descenso súbito de mis fuerzas, me sentí literalmente agotado, en justa correspondencia con el estado físico de la líbelula, cuyo cuerpo estaba a punto de extinguir su energía.

Mientras preparaba la cama para acostarme, mi mente seguía despierta y fresca, como si estuviera recién levantado, y sin embargo necesitaba estar tumbado y relajado, era una reacción física, sabía que no me iba a quedar dormido. No vi a la libélula durante los escasos minutos que tardé en desnudar mi cama de peluches, cojines y edredón, hasta que, acostado ya, me rozó la pierna derecha. Tal era mi cansancio que no pude ni alzar la cabeza para observarla, de todas formas no me habría hecho gracia verla sobre mi cama, pero a su vez me parecía un pequeño ser tan vulnerable que no intenté echarla, y tampoco lo habría conseguido de haberlo intentado. A lo largo de la noche la había visto tantas veces que me pareció natural que durmiera conmigo. Dado que no tenía sueño, encendí el flexo que tengo en una repisa que hay sobre mi cama, y seguí, o intenté seguir, con la lectura del libro de relatos, poco menos que por el compromiso de terminarlo antes de que el sueño se fuera apoderando de mí.
Como no podía ser de otra manera, su fijación obsesiva por la luz eléctrica hizo que iniciara su vuelo ya familiar casi encima de mi cabeza. No me podía concentrar en la lectura y no recuerdo si llegué a leer una sola página completa; me entretuve mirándola. Sonreía, yo, con una gran sonrisa hacia dentro de mí mismo. Me gustó la idea de dormir acompañado. Estoy dudando si entrecomillar esta última palabra, en estas ocasiones la idea primera suele ser la más inspirada y voy a decidir no hacerlo. A estas alturas puedo decir sin duda que me acompañó, y si llegados a este punto alguien cree que no es compañía la de un animal inconsciente, un insecto sin voluntad ni sentimientos, triste del que así piense tras haber leído todo ésto sin alcanzar a comprender nada. Me gustó la idea, insisto.

Poco después, no puedo precisar el tiempo, abandonada la idea de terminar el libro y ya sí dispuesto a dormir, apagué la luz y el cuarto quedó a oscuras. Recuerdo que uno de mis últimos pensamientos fue el deseo de felices sueños hacia la libélula. Ya no podía verla, ya no podría verla, estaría al fin ella también descansando, imaginé. Era alentador saber que estaba por ahí, en algún lugar de mi habitación. Un pensamiento reconfortante y agradable mientras me rendía al profundo sopor previo al sueño.
Ese último pensamiento lúcido fue el relámpago del que hablaba antes, sentí su luz, dormí en su luz, soñé su luz, aunque no oí el estruendo del trueno sino al despertar, un estruendo emocional, no sonoro. Un trueno inapreciable y pequeño como el cuerpo muerto de la líbelula, mas del todo irremediable, tan rotundo que ha dado presencia en mi memoria al rayo lejano de energía caído en el abismo de mi inconsciente.


Sí, he vivido durante un instante en un rayo de luz, he sido leve y fugaz en su relámpago, y contundente y pesado en su trueno. He sido testigo humano del tránsito de la vida a la muerte de una libélula, y carecerá de cualquier valor biológico, pero tuvo, al menos en mí, un gran valor espiritual.
Soy consciente ahora de pertenecer a algo más grande, natural y vivo, donde yo soy imprescindible pese a saberme transitorio.
Somos parte de un fluir de energía vital que va y viene abriendo más ancho nuestro mundo. Existe esa energía de una forma tan física y palpable como nuestra propia existencia. Formamos parte de esa energía, humanos, libélulas, y cuantos seres y cosas damos vueltas en nuestro universo.
La libélula fue consciente de ello en los últimos instantes de su vida, tal vez los humanos también lo seamos en su momento, en ese momento posterior al último, que indica que no hay un último momento, pues todo sigue fluyendo.
Ese fue su propósito (intención o intuición, no sé). La preparación del final de su vida, este lugar, esa hora, mi compañía, todo confluyó para hacerme partícipe de ese último instante de lucidez, y esa luz quedó en mí, quedará en mí, tras compartirla conmigo a fin de recordarla y ponerla por escrito, para a su vez yo mismo compartirla con quienes quieran sentir este planeta como propio, tal y como yo, gracias a ella, lo siento mío.

1 comentario:

  1. ¡Precioso!

    Esa Libélula ha tenido suerte, no todos los seres tienen una dedicatoria al fin de algo y comienzo de otro algo, tan bonita (:

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