20 de febrero de 2010

Un beso

A “B. H.”, el relato de su última carta
Nueve años, un mes y dieciséis días después, por el mismo boc@dicto.






Alguna vez en la vida te puedes encontrar con una persona desconocida en cuya piel percibes tu propia energía, con la que puedes conectar a través del lenguaje secreto de las emociones. Nunca hubiera creído que me sucedería con aquella mujer, una fría tarde imprevista en el trabajo.
Me enamoré de ella desde el momento en que sentí su profunda mirada sorprendida fija en mis ojos. Por entonces, sobre todo cuando estaba trabajando en el bar, yo me imaginaba invisible, hasta que descubrí su vista detenida en mí, y supe en ese instante que sería alguien importante en mi vida.










No sé si llegó a serlo, ni siquiera sé por qué quiero escribirlo. Tal vez la narración de aquella tarde libere mis emociones contenidas. Sólo fue una tarde, sólo compartimos un mismo espacio físico durante los treinta y seis minutos de una tarde cualquiera. El tiempo es elástico, sin duda. Puede pasar tan lento o rápido según el ánimo de la persona que lo viva... Yo sentí que se detuvo en aquel momento, y por ello ahora me es tan fácil recordar cada instante desde que ella entró en el bar hasta que se marchó.



Treinta y seis minutos exactos. Sonaba en la radio la señal horaria de las cinco en punto cuando descubrí su mirada mientras venía hacia mí. Y como me miro el reloj bastante a menudo, casi de una forma compulsiva, observé que el minutero estaba en el número treinta seis. Está claro que no lo recordaría si no fuera por una razón que puede resultar algo superficial. Seguía con mucho interés la clasificación del equipo de fútbol de mi ciudad, y ésos eran los puntos que llevaba mi equipo, la revelación en la liga del año pasado.



Meriem, así dijo que se llamaba, transmitía una extraña aflicción en su mirada, una especie de desolación asumida a la que, ahora lo sé, había rendido su destino. Aunque sus gestos eran enérgicos, en todos ellos se podía percibir un meláncolico desinterés, una tristeza indecible en su movimiento. Como el árbol que finge perder su vitalidad durante el otoño, creí que ella en su interior también estaba mudando su ánimo por un cambio de temporada. Y estuve seguro de que no tardaría en florecer. Me equivocaba, claro. Ella era todo raíz, como la tierra de la que venía, Tamanrasset, fuerte, segura, serena, pero no tuvo oportunidad de convertirse en el árbol vigoroso que las señales de su cuerpo presagiaban.



Sucedió de forma casual, si es que la casualidad existe. Me pidió dulce y nerviosa si podía hacer una llamada. Yo sonreí. Normalmente los clientes no usan el teléfono del bar, así que no nos iba a suponer ningún coste. Titubeaba, como si quisiera elegir con cuidado cada palabra que decía, procurando un significado correcto. Supongo que estaba acostumbrada al rechazo de casi todos los demás. No debe ser fácil para una mujer de Argelia integrarse socialmente como cualquier otro ciudadano. Pese a ello su voz era firme, y su expresión, resolutiva.



Llevaba con ella un niño de unos siete años, mostraba su edad en la expresión dulce de las facciones infantiles, pero tenía la mirada profunda de su madre, sus ojos daban hacia dentro al principio de un abismo de aguas tranquilas y oscuras. Ayer volví a verle, casi un año después de aquella tarde, en este mismo bar donde sigo trabajando; entró él solo, y me pidió con la misma dulzura de su madre un vaso de agua. Charlamos menos de cinco minutos en los que me contó con sus palabras las últimas novedades de sus vidas, hasta que desde la puerta un hombre de apariencia mayor y cansada le llamó por su nombre, Mourad, y el pequeño se marchó veloz tras darme las gracias. Noté cómo ese abismo interno ha crecido en tan poco tiempo. Y no me sorprendió.



Aquella tarde, mientras su madre estaba hablando por el teléfono sin que yo pudiera entender una sola palabra, también me pidió un vaso de agua. Ella le miró de una forma severa, pero no pudo intervenir. Le puse también un refresco que él miró divertido, y que no quiso abrir hasta que su madre estuvo a su lado para darle permiso. A ella le dije que les invitaba a lo que quisieran. Y aunque al principio rechazó la propuesta educadamente, cuando se dio cuenta de que yo ya tenía agua puesta a hervir no se negó a tomar una infusión de poleo menta. De todas formas yo todos los días me prepararaba un té para tomármelo a lo largo de la tarde. Todavía lo sigo haciendo.


Nada más echar el agua hirviendo en las tazas comenzó una pausa publicitaria y opté por poner un disco. En el bar no me gusta mucho tener la radio encendida; los clientes, y yo mismo, estamos más relajados sin las interrupciones de publicidad, y preferimos una música instrumental de fondo, que ayuda a crear una atmósfera mucho más íntima y distendida.




Puse un disco de un artista senegalés. Era de lo poco que tenía de música africana. Por entonces yo imaginaba África como un territorio gigantesco con la misma cultura en todas partes. Ni que decir tiene que esa música no tenía nada que ver con la música tradicional de su país. Aunque no por ello dejó de gustarnos. El artista en cuestión había adquirido cierta fama como consecuencia de una película española; un famoso director le había elegido para la canción principal de una de sus películas más célebres.Y es una de las canciones más bonitas que he escuchado nunca. Ahora mismo la estoy escuchando de nuevo para recordar aquella tarde en la que compartimos unos breves minutos, nuestra primera canción, nuestra primera conversación, mi primer amor.
Puede que por los ritmos musicales africanos ella perdiera el miedo sutil con que me hablaba al principio, ganara más confianza y se mostrara mucho más receptiva.



Me estuvo hablando de sus experiencias vitales. Aparentaba mucho más de los veintisiete años que dijo tener, también había vivido muchas más desventuras de las normales para su edad. Su infancia fue dura. En mi opinión, claro. A ella no le parecía nada extraño más allá de su realidad cotidiana. Dijo que en este momento de su vida tal vez pudiera reconocer que pudo haber sido mejor, pero ella siempre se consideró feliz. No le importaba que su hijo, si las circunstancias fueran las mismas, viviera en su ciudad natal tan alegre como lo fue ella.


Pero no quería volver, al menos de momento prefería Almería a Tamanrasset. Allí en los últimos años no se sentía segura, no sólo porque no tuvo suerte con su marido, sino porque estaba creciendo un clima de violencia que les asfixiaba cada vez más. Su hermana había muerto hacía doce años en un atentado en el norte, y los secuestros que tenían lugar en el sur estaban ahuyentando al turismo. Cuando ella era niña recordó que muchos turistas visitaban aquella zona, y les iba bien el negocio artesanal del que vivía su familia. Pero en la época en la que decidió salir de aquella situación, el negocio estaba desapareciendo en la misma medida en que lo hacía la gente. Al parecer ya no bastaba la cercanía de la ciudad a alguno de los lugares más bellos de África, que estuviera en un Oasis, casi al lado a su vez del Oasis de Abalessa, y fuera la entrada a la cadena montañosa más impresionante del Sáhara, cuna de los Touaregs y señores del desierto.

Su embarazo le ayudó a decidirse, su hijo nacería en España. De eso han pasado ya ocho años, siete cuando ella me lo contó, la tarde del invierno de hace un año, primera y última vez que la ví.
Pese a todo, ella sólo parecía feliz cuando hablaba de su tierra. La única razón por la que quería estar aquí era para garantizar que su hijo tuviera más oportunidades. Hablaba el castellano como cualquier otro niño, y crecería como los demás para hacerse un hombre normal. Todo lo que a nosotros nos parece normal era lo que ella deseaba. Y al final parece que lo ha conseguido.


Me comentó que nunca se preocupó por tener su situación legal en regla, y hacía unos días le habían comunicado el inicio de un proceso de repatriación. Tenía pánico a su regreso por la previsible reacción de su marido abandonado. Hasta entonces había sido una dócil hacedora de su voluntad, y la decisión de huir sería imperdonable. Pero asumía su situación resignada, y su única preocupación era el destino de su hijo.



En efecto, unas semanas después fue repatriada. Me lo dejó todo escrito en una carta que escribió algunos días antes de su marcha y que su hijo me entregó ayer, todavía sin abrir pasado un año. A veces es impactante lo que puede cambiar el mundo en lo que se tarda en leer una carta.


Al parecer ella pudo haber sentido hacia mí lo mismo que yo comenzé a sentir por ella. Pero nos complicamos tanto la vida por el miedo de nuestros propios fantasmas, que prefirió alejarse y no volver a entrar en el bar. Cualquier otra decisión no habría hecho más que añadir dificultades a nuestras vidas.
Prometía volver a verme en cuanto regresara a España, en una segunda oportunidad libre y decidida. Todos merecemos una segunda oportunidad, y ella sabría aprovechar la suya.


Tal vez estas palabras sean una especie de respuesta a su carta. Sólo la conocí una tarde, y sin embargo cuando cierro los ojos para pensar en ella me viene su imagen nítida y perfecta.

Aunque a esa imagen añado ahora la huella del dolor presentido.




Recuerdo su pelo negro y furioso, ordenado en pequeñas y sólidas trenzas que le daban una apariencia de animal salvaje pero templado, como una pantera tranquila y soberbia. Los ojos eran castaños y rasgados bajo largas pestañas, con su mirada triste y dulce tan característica, y las cejas finas, algo curvadas, sobre los párpados suavísimos.







Recuerdo los agujeros casi inapreciables en la comisura de sus labios al sonreír, y recuerdo su sonrisa amplia y generosa, hablaba a través de ella. No le importaba dar felicidad aunque no la recibiera. Sonreía con sus ojos y expresaba lo bueno y lo malo con su sonrisa.
Y recuerdo su cuerpo. Un cuerpo lleno de curvas indescifrables exactas para sus movimientos serenos y tranquilos. No quise fijarme demasiado, pero no pude evitarlo, era un imán para mi mirada. Desde los pies, demasiado pequeños para su altura, sólo pude apreciar con claridad los tobillos, salientes y pronunciados bajo sus piernas, y hacia arriba, líneas contorneadas con límites difusos que imaginaban la cintura, la cadera, el perfil de sus pechos, y el cuello redondo con la longitud perimétrica justa a mis manos rodeándolo en un primer y último beso, ¡cuánto sufriría aquel cuello!


Más allá de su físico, que golpeaba mis sentidos de tan bello, me enamoré de su forma de ser, de hablarme, de sonreírme, de estar allí cómoda ante su hijo, sintiendo que nuestras palabras nos reconfortaban.

No nos dijimos nada inapropiado, era una percepción más física, una emoción a través de cada poro de nuestra piel.

Antes de irse, cuando el pequeño se marchó al baño, ambos de pie, no pude evitar besarla. No fue un beso húmedo ni pasional, al contrario, tan sólo la llamada natural de dos cuerpos que se han reconocido más allá del tacto, sólo se juntaron nuestros labios. Mis manos en su cuello sostenían su cara algo levantada hacia mí, y a través de sus labios unimos nuestra energía.

En alguna parte de mi interior sabía que nuestras almas estaban unidas, desde antes de vernos y quizá para siempre.

Ese beso , ese único beso , justifica toda mi vida hasta ahora. Me sentí tan vivo, era la primera vez que me sentía tan unido a mi cuerpo, como si cada centímetro de mi cuerpo hubiera estado creciendo y preparándose sólo para vivir ese beso. Fue un destello físico y emocional, una luz que iluminó mi propia realidad, que me hizo ser consciente de esa realidad física que yo a veces rechazaba, y en la que me sentí a gusto por primera vez en muchos meses.


Yo no estaba pasando por una buena temporada, y es posible que me sintiera más sensible. Pero todavía hoy , mejoradas ya tantas cosas, me alienta y anima el dulce recuerdo de ese beso.
No volví a ver a Meriem ni a saber de ella, hasta que, ayer mismo, entró en el bar el mismo pequeño que iba con ella entonces, y me contó de su muerte estrangulada.
No aceptó un refresco porque su abuelo estaba fuera, en unos tres minutos le sobró tiempo para darme esa noticia, además de la carta que su madre había escrito un año antes.

Gracias a ella aprendí que de repente es posible vivir un sueño. Aunque sólo durara unos segundos y hoy no sea más que el recuerdo, frío ya, de un gesto sempiterno de despedida.
Alcanzamos en nuestro inconsciente el último fulgor de nuestra esperanza casi extinta, y esa luz quedó en mí como una pequeña hoguera en la que todavía hallo calor cuando lo necesito. Es un faro que aleja la oscuridad en noches en que pierdo la esperanza, y me ayuda a mantener el rumbo de mis sueños.
Las emociones que sentí aquella tarde ya se habrán evaporado invisibles, y ahora mis pesadillas son el temor de sus propios miedos, pero aún así, mientras dure mi eternidad, habré sido feliz.

15 de febrero de 2010

Sentir



Hay cosas que no se preguntan.
En la medida en que te paras a pensar la respuesta, dirás lo que piensas y no lo que sientes. Y no siempre es lo mismo.
Porque a veces sentimos algo que ni pensamos, y a veces pensamos lo que no sentimos.
Hay emociones que no se piensan, sólo hay que sentirlas.









Además, prestando atención, ya sabemos la respuesta a esas preguntas que no hacemos.




12 de febrero de 2010

El sitio de los sitios






"mi afán de sobrevivencia moral me fuerza a tomar partido por la dignidad. Sin romanticismo ninguno, sólo para entroncar con lo que fue desmochado en la infancia, volveré a orillas del Milyaka. Allí pereceré o ajustaré definitivamente las cuentas a mi enemigo mortal"

Juan Goytisolo, quince años después.





Kad' na te pomislim
Cuando pienso en ti
Bojim se da te opet zavolim
Tengo miedo de amarte otra vez
U modre usne zarijem zube
Aprieto mis dientes sobre mis labios azules
Da pravu bol zaboravim
Para olvidar el dolor real

Lane moje, ovih dana
Mi dulce corazón, estos días
Više i ne tugujem
No quiero volver a sentir el dolor
Pitam samo da l' si sama
Sólo me pregunto si estás sola
Ljude koje ne čujem
a gente a la que no puedo oir

Lane moje, noćas kreni
Mi dulce corazón, vete esta noche
Nije važno bilo s kim
No me importa con quién,
Nađi nekog nalik meni
Encuentra a alguien que me reemplaze
Da te barem ne volim
Así no seré yo quien te ame

(Nek' neko drugi usne ti ljubi)
(Puede que alguien más bese tus labios)
(Da tebe lakše prebolim)
Y así podré superarlo fácilmente


Lane moje, ovih dana
Mi dulce corazón, estos días
Više i ne tugujem
No quiero volver a sentir el dolor
Pitam samo da l' si sama
Sólo me pregunto si estás sola
Ljude koje ne čujem
a gente a la que no puedo oir

Lane moje, noćas kreni
Mi dulce corazón, vete esta noche
Nije važno bilo s kim
No me importa con quién,
Nađi nekog nalik meni
Encuentra a alguien que me reemplaze


Da te barem ne volim
Así no seré yo quien te ame
Da te više ne volim
Así ya nunca te amaré.